
La Galerna
·12 August 2025
Historias de un número: el 4

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Desde luego que, de todos los números históricos, por así decirlo, insertos en la psique colectiva del madridismo, el 4 es el que tiene más valor. Cuando digo valor y no peso me refiero literalmente a que es el dorsal de los quilates, que es la medida que señala el oro que contiene una joya: en árabe, la palabra sirve para nombrar a la semilla de la algarroba, y fue tomada directamente del griego kerátion, que significa «el peso de cuatro granos». Precisamente cuatro. Todas estas cuestiones etimológicas quizá no le digan nada a mucha gente, pero para otros resultan importantes. Todo, en el Universo, está unido por hilos tenues, casi invisibles, pero muy resistentes. En la cábala madridista las palabras, que bautizan realidades, también sellan el destino de los hombres. El número 4 debe tener, en su corazón, la pureza del oro, que es desde antiguo el atributo de los emperadores. Si el 10 es El Genio y el 5, El Mago, el 4 del Real Madrid es El Jefe.
Si pensamos en un jefe, es evidente que de la penumbra de nuestra imaginación surge la imagen a caballo de Sergio Ramos blandiendo una espada.
Ramos encarnó aquello que él mismo puso por escrito en una canción de rap: el número 1 / el 4. Es decir que sin sus dotes de mando ni su autoridad natural puede que el Madrid de las seis Copas de Europa en diez años no hubiera existido. De hecho, la Décima, que rompió el maleficio y abrió la gran puerta, es prácticamente suya. Derribó el muro a cabezazos y configuró, en la cabeza de los adversarios, la imagen de un Madrid que se levantaba a pulso desde sus cojones. Esa fantasmagoría, más que los goles de Cristiano Ronaldo o la sangre fría de Kroos y Modric, destruyó la moral de los más grandes rivales a los que se enfrentó el Madrid a lo largo de su increíble periplo europeo.
El Madrid de los Jerarcas tenía un capo dei tutti capi, un tipo que guardaba el sueño de los hijos sentado en una butaca, en el porche, auscultando la noche con una escopeta recortada. No en vano en el mundo todavía le llaman, con admiración, Il Capitano, herencia de Cannavaro, a cuyo lado Ramos aprendió verdaderamente a ser central, bajo la dirección de Fabio Capello, en aquella liga número 30 que fue todo un Big Bang.
Si pensamos en un jefe, es evidente que de la penumbra de nuestra imaginación surge la imagen a caballo de Sergio Ramos blandiendo una espada
En realidad, esa idea de jerarquía y carisma nace con Fernando Ruiz Hierro, el hombre a cuya espalda el 4 de la camiseta blanca cristalizó en mármol y en látigo.
Hierro cuajó para siempre, en el imaginario moderno, la idea del mando la noche del 20 de mayo de 1998. Fue allí, sobre el césped del Amsterdam Arena, cuando el 4 del Madrid escribió un tratado sobre el uso legítimo de la fuerza y el monopolio de la violencia: había nacido La Autoridad. Y lo escribió sobre la espalda de Del Piero, que entonces era el delantero de moda en Europa y que, a partir de aquel día, se redujo a un geniecillo menor, desterrado para siempre del Olimpo del fútbol por la mano de un Júpiter de Vélez-Málaga.
El 10, en el Madrid, lo puede llevar un delantero centro o un extremo diestro; el 5, del mismo modo, puede portarlo un mediapunta o un llegador, pero el 4 pertenece invariablemente a un defensa central. Al Defensa Central: al líder de la zaga, al Lord Protector del reino, cuyo papel no es sólo cerrar a cal y canto la portería propia sino, aún más, ejercer una influencia espiritual decisiva sobre sus compañeros. Debe tener, como los cónsules romanos, gravitas y auctoritas.
Hablar de historias de dorsales antes del comienzo de la década de los 90 del siglo pasado es, realmente, hablar por hablar. A excepción del 9 en el Madrid (Di Stéfano) o del 10 en Argentina y Brasil, no es hasta esa época cuando verdaderamente se fijan a un jugador determinado. Coincide con la obligatoriedad de serigrafiar los nombres. El auge del merchandising y la globalización del fútbol que siguió al Mundial de Estados Unidos dio lugar al surgimiento, en la memoria de los hinchas, de una tradición propiamente dicha en ese sentido. Antes de eso los dorsales solían pulular por varios jugadores de una misma línea. Por eso, el 4 del Madrid fue también de Gordillo, que era lateral, y de Stielike, que por ejemplo lo llevó en la final de la Copa de la UEFA de 1985, siendo como era, centrocampista. La historia del 4, así, nace con Hierro, que sentó el molde. ¡Y qué molde!
Hierro cuajó para siempre, en el imaginario moderno, la idea del mando la noche del 20 de mayo de 1998. Fue allí, sobre el césped del Amsterdam Arena, cuando el 4 del Madrid escribió un tratado sobre el uso legítimo de la fuerza y el monopolio de la violencia: había nacido La Autoridad
Después de Ramos, el 4 fue a pasar a David Alaba, quien lo mereció con honores en su primera campaña. Hay una imagen icónica de Alaba en esa Copa de Europa, la 14, y no es sujetando la famosa silla: con 1-1 en el marcador, en el partido de vuelta contra el PSG, en octavos de final, Mbappé está sólo ante Courtois y le queda la pelota botando, ideal para fusilar al portero belga. Entonces Alaba, como una propia emanación del mismo césped de Chamartín, se tira de espaldas, como un ninja, e impide con una acrobacia imposible el remate, dándole a su equipo un balón de oxígeno que a la postre resultó fundamental.
Esa campaña, Alaba fue lo que se espera de un 4 del Madrid.
Digo que Hierro sentó las bases de la tradición del 4 del Madrid, pero eso tampoco es del todo exacto. Hay un precedente con curiosas concomitancias. El 4 del Madrid debe ser, o bien andaluz, o por extensión, del sur de España, y tener el aire altivo de los toreros. Naturalmente, el futuro 4 debe ser Dean Huijsen, que es malagueño, alto, carismático y virtuoso. Laten un puñado de Copas de Europa en su sonrisa de gitano rubio de ojos azules, en el ceceo de su acento y en su marcado desparpajo. Su apellido es holandés pero podría tratarse de Cagancho o de Camarón. No es casualidad que la primera Copa de Europa que ganó el Madrid tuviera a un 4 meridional en el eje de su zaga. Era Rafael Lesmes, que por haber sido fichado por el Valladolid del Atlético de Tetuán junto a su hermano Paco, a la sazón algunos años mayor, y siguiendo el ejemplo de las sagas taurinas, le apodaron en su tiempo Lesmes II. Juntos conformaron lo que se llamó la «zaga mora» del Valladolid subcampeón de la Copa del año 50, derrotado ante el Athletic de Bilbao de Telmo Zarra. Los Lesmes eran de Ceuta. Poco después, Lesmes II fichó por el Madrid. Dicen las crónicas que tenía un carácter fuerte. De blanco jugó más de doscientos partidos y ganó 9 títulos. Fue titular en las tres primeras finales de la Copa de Europa. En todas llevó el número 4.
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