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En un momento dado

·27 October 2024

¡Es una trampa!

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Hay una línea en la evolución del fútbol, en ocasiones poco atendida, que tiene al reglamento como motor de cambio. Al impacto que tiene sobre el juego y quienes lo practican la introducción de una norma o la modificación de alguna ya existente. Desde el carácter casi fundador de la regla del fuera de juego y sus sucesivas alteraciones, a las recientes cinco sustituciones, pasando por el cambio en la cesión al portero que a partir de comienzos de los noventa jugó un papel clave en el diseño de las presiones o en las cualidades que debían reunir porteros y centrales para enfrentar con éxito una nueva realidad surgida del reglamento. El último capítulo de esta evolución se vive en la actualidad con la introducción de la tecnología en el arbitraje, un nuevo elemento que afecta al juego y cuyos primeros resultados ya empiezan a observarse. El Barça de Hansi Flick, por ejemplo, no podría existir de la misma forma sin la tecnología aplicada a la revisión del fuera de juego.

Sin ella, la estrategia de situar la línea defensiva tan lejos de la portería, concediendo mucho espacio entre la zaga y el guardameta, no sólo conviviría con el riesgo que supone su correcta aplicación, sino también con el riesgo de que, incluso estando bien realizada, el error humano externo a la hora de juzgarla la castigara sin motivo. La manera, o al menos el resultado, que elige para defenderse el cuadro azulgrana es hija de un aquí y de un ahora inseparable de la tecnología del fuera de juego semiautomático. De una evolución que, en la que debía ser su semana más exigente hasta la fecha, le ha valido al equipo de Flick para sobrevivir en los momentos de mayor dificultad en sus enfrentamientos ante Bayern Múnich y Real Madrid, dos partidos en que la calidad de sus rivales y los ajustes tácticos referidos a su presión le han privado de recuperar el balón en campo rival con la misma continuidad que durante el resto de la temporada.


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Toda (r)evolución empieza con un episodio inicial en el que el desconcierto es su mayor ventaja. Cuando los oponentes todavía no la entienden del todo y extrañan tener referencias en las que inspirarse para responderla. Es el efecto que está causando a los rivales la forma que tiene el Barça de ejecutar la táctica del fuera de juego, a propósito de la cual se vienen repitiendo dos equívocos. El primero es el de vincular la oportunidad para el contrario más con el desmarque y la velocidad que con el pase y la precisión. El Barça de Hansi Flick no adelanta la línea para que centrales como Iñigo Martínez o Cubarsí tengan que medirse al espacio ante delanteros más rápidos, sino, precisamente, para que no tengan que hacerlo. Para que cuando el atacante reciba el pase la acción ya esté invalidada. Para eliminarlos de la ecuación antes de que entren en juego. No se trata de un duelo directo, sino indirecto, del que perfectamente podría salir airoso el central más lento del mundo aun teniendo delante al delantero más veloz.

La importancia de la rapidez que tenga el zaguero para correr hacia atrás entra en juego cuando la táctica del fuera de juego no es efectiva, bien porque la presión adelantada no ha impedido el envío en ventaja del pasador o bien cuando el delantero se ha separado lo suficiente de la línea defensiva. Esta última cuestión debía ser uno de los factores claves para medir la propuesta del Barça en los duelos de esta semana. Delanteros como Gnabry, Olise, Sané, Coman, Vinícius o Mbappé no iban a necesitar empezar a correr a la misma altura que Iñigo o Cubarsí para llegar antes que ellos al balón, por lo que podían partir de una posición más retrasada que les permitiera estar habilitados. Es en este punto donde conviene detenerse en el segundo equívoco que se ha generado a propósito de la línea defensiva, y que se trata de un equívoco muy relacionado con el lenguaje: Para hablar de la defensa adelantada del Barça a menudo se habla de que los culers fijan, plantan, dibujan o ponen la línea en mediocampo, cuando en realidad lo que hacen es adelantarla. Lo primero hace referencia a un comportamiento estático, lo segundo, a uno dinámico.

La línea defensiva del Barça se mueve adelante y hacia atrás durante la jugada, impidiendo que el delantero rival la pueda tomar como referencia para establecer su posición. Aunque el punta se sitúe de partida varios pasos por detrás de la zaga, es habitual que cuando el pasador rival prepara la pierna para el golpeo la defensa corra hacia adelante, trazando un recorrido en dirección contraria a la acción que se preparar para ejecutar el atacante que lanzará el desmarque. Por eso, al igual que hiciera el Bayern, cuando más dificultades le generó el sábado el Real Madrid a la línea adelantada del Barça no fue con balones largos verticales, sino girando a los azulgranas hacia una de las bandas. Haciendo que la orientación corporal de Koundé, Cubarsí, Iñigo y Balde no mirara hacia Lunin sino hacia el costado, dificultando el pase al frente que emplean los de Flick para dejar en fuera de juego al delantero y esquivando el impacto que pudieran tener las salidas de un puntualísimo Iñaki Peña protegiendo la espalda de los centrales.

Al respecto, tomó buena nota Ancelotti del desajuste que en el arranque del duelo de Champions generaron los laterales del Bayern al sistema defensivo del Barça, y diseñó un posicionamiento de salida en el que Lucas Vázquez tomaba altura por banda casi como extremo cediendo su espacio en el lateral a Fede Valverde. La idea era la misma que buscó explotar Kompany: generarle un dos contra uno a Balde aprovechando que Raphinha saltaba a la presión sobre Militao y que la posición del uruguayo alejaba de la pelea a Pedri o Casadó. Y es que, como hiciera entre semana, ante la exigencia del reto Flick optó por ajustar el posicionamiento habitual del equipo en la presión, optando por distinguir a Iñigo como hombre libre en la zaga y dejando abajo a Balde a cambio de dejar solo al lateral derecho del Madrid. Como los madridistas encontraron la altura y amplitud del gallego para girar el juego y superar la presión, durante el primer tiempo el escudo visitante no fue tanto el robo adelantado como la eficacia y precisión con la que ejecutó la trampa del fuera de juego.

El planteamiento de Carlo Ancelotti también tenía una trampa. El italiano ordenó de inicio a su equipo en un 1-4-4-2 sin balón que situaba a Camavinga y Bellingham en las bandas, y que amagaba con presionar la salida de balón culer con más intensidad de lo esperado. El señuelo consistía en que, una vez superada la posición de Vinícius y Mbappé y llevado el balón al mediocampo, la posición adelantada de las líneas blancas invitaba al Barça a verticalizar mucho sus ataques, especialmente a través de las figuras de Fermín y Raphinha, contra un Madrid muy ordenado por detrás de la pelota. Pero, más importante y decisivo todavía, la falta de pausa en la fase ofensiva le estaba impidiendo al Barça detectar dónde estaba la superioridad que finalmente le pondría de cara el partido y la goleada: Aunque la intención inicial del Madrid era incomodar a Iñigo y Cubarsí en el inicio de la acción, sobre todo cuando la posesión del Barça viajaba hacia atrás, a medida que los centrales, Koundé, Balde, Pedri y Marc Casadó sumaban pases entre ellos en la base del mediocampo, a los dos delanteros madridistas cada vez les costaba más seguir presentes en la acción defensiva. Los locales defendían con once cuando el Barça tenían el balón en campo propio, pero con nueve cuando lo tenía en campo rival.

Esto lo leyó Hansi, que al descanso dio entrada de De Jong por Fermín para que el neerlandés incrementara junto a Casadó el tiempo que se tomaba el cuero para avanzar desde la base, y para que Pedri sumara pausa y alargara posesiones desde tres cuartos de campo. Para que el Barça alargara los rondos de modo que, paulatinamente, Mbappé y Vinícius fueran desapareciendo de la fase defensiva local, los mediocentros azulgranas, con libertad, reclamaran la atención de la línea de medios madridista, y Rüdiger y Militao tuvieran que abandonar la posición para defender los apoyos de Lewandowski, Raphinha, Pedri y más tarde Dani Olmo en la mediapunta. Fue también la fórmula que le permitió al Barça vaciar de ayudas las bandas de la defensa merengue, aclarando los duelos a Lamine, Raphinha y Balde contra Mendy, Lucas y Bellingham. Moviendo la pelota en mediocampo para hacer caer en la trampa a la defensa y castigar los espacios. En una semana en la que la presión azulgrana no ha tenido el mismo nivel de eficacia y en la que gran parte de los focos recaerán en su adelantada última línea y en la eficacia de su ataque, el paso al frente de los de Flick ha llegado durante los tramos en que más ha tenido el balón.

– Foto: David Ramos/Getty Images

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