
La Galerna
·6 June 2025
El deber de lo imposible

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·6 June 2025
Se dice, se afirma en los bares, en los salones de enterados y a través de los micrófonos de las radios de España y el mundo entero que el Real Madrid está obligado a ganarlo todo y además hacerlo siempre. Es que debe ser así, aseguran, porque es el equipo más grande de la historia, ¿verdad?, ¿verdad? Pues no, pues no. Esta tontería no solo es asumida con naturalidad y sin sonrojo alguno por quienes la propagan, sino que además una parte no menor de la “masa social” afín al club blanco también lo hace, aceptando con mansedumbre una exigencia imposible de cumplir.
Imagino que creerán que esto los distingue positivamente frente a su pobrecito compadre del Atleti, cuyo carácter pluvial lo obliga a ejercer 24/7 las reblandecidas artes de la melancolía. Ya se sabe lo que es esa gente. Se olvidan, pues, de algo esencial en la gestión de todo proyecto humano: el éxito es hijo de la realidad y el carácter. Y así van por la vida, creyendo que los grilletes que les han sido colocados para envilecerlos son idea suya. La meta de los saboteadores, que no se nos olvide, es una sola: mellar el orgullo. Lo han conseguido y con creces.
Por otra parte, notemos que esta demanda de éxito total es una intervención colonizadora. Son intereses comerciales o deportivos ajenos al Real Madrid quienes buscan imponer el paradigma del absoluto. Como saben que esto no puede materializarse, todo éxito conseguido por los merengues, por más grande que sea —y vaya que existen en la historia de nuestro equipo extraordinarios ejemplos de pulcritud deportiva y empresarial—, se verá disminuido: “ya que tienen la corona, pues hay que abollársela”, dirán estos roedores y sinvergüenzas.
Son intereses comerciales o deportivos ajenos al Real Madrid quienes buscan imponer el paradigma del absoluto. Como saben que esto no puede materializarse, todo éxito conseguido por los merengues, por más grande que sea, se verá disminuido
Pues no, no va a ser así. Me resisto a que cualquier escurrebraguetas determine mis razones y sentimientos respecto al fútbol y a todo lo demás. Me declaro independiente y libre para ejercer mis propios juicios interpretativos basados en la evidencia y no en los telurismos emocionales con los que los avispados de turno manipulan a tontos y colaboracionistas por igual con la manzana envenenada del “señorío”.
Que los malquerientes y los que aspiran a lucrar con el Real Madrid menosprecien lo conseguido y “pongan la vara” a la altura de lo sobrenatural es comprensible, lo que no puede serlo es la facilidad con que dicha propaganda cala entre quienes se dicen seguidores fidelísimos del equipo más grande del mundo: parecieran carecer del más mínimo cortafuegos crítico (sugiero posibilidad como mera cortesía).
Un ejemplo de esto es la condenación mediática de un jugador hiperbólico como Vinícius Jr., acusado de ser un futbolista brillante que comete el nefando pecado de encabritarse cuando lo cuecen a palos, le desean la muerte o le dedican irreproducibles cánticos racistas. Cosillas de nada. “Hombre, lo que debe hacer es callarse la boca y jugar”, dicen por todas partes los que nunca en su vida han hecho el menor esfuerzo por detenerse un momento y reflexionar en la inmoralidad que implica declarar semejante tontuna. Deben suponer, imagino, que los jugadores no son seres humanos sino esclavos o piezas intercambiables de un mecanismo de movimiento infinito.
De los entrenadores ni hablo porque no es necesario hacerlo dado el recientísimo caso de don Carlo Ancelotti, asaetado cual San Sebastián por estar al mando de la nave durante la más terrible temporada de huracanes de que se tenga memoria. Pero eso sí, la despedida fue una cosa divina que nos hizo llorar y todas esas vainas del corazón.
Pero se equivoca quien crea que estas imposiciones solo conciernen a las victorias y derrotas. No, qué va. Todo lo que mínimamente roce la esfera del Real Madrid debe ajustarse a este estándar de perfección metafísica. Un ejemplo de esto es el de los posibles fichajes, que les dan juego para llenar horas y horas de pestilentes babas radiofónicas y que, una vez consumados estos, dan luz verde al ataque frontal; es decir, el jugador deja de ser un deportista de élite para convertirse en un foco de infección y un atleta menguado apenas su firma es estampada en un contrato con el membrete del Real Madrid.
Pero la cosa también funciona al revés. Aún recuerdo sin poder evitar una sonrisa cómo Cristiano Ronaldo pasó de “Penaldo” a “astro portugués” en cuanto abordó un avión —solo de ida— con destino a Turín. Lo mismo puede afirmarse del estadio “Santiago Bernabéu”, en el ojo de la tormenta desde mucho antes de que el primer operario moviera la más mínima pieza. Se critica su estética, su funcionalidad y las conveniencias que se le supusieron una vez presentado el proyecto; todo esto sin hacer referencia a la obvia confabulación de los “abogados del silencio” y su orquestada campaña de menoscabo institucional que, como no podía ser de otra manera, encontró en sus socios de la prensa la caja de resonancia (nunca mejor dicho) perfecta.
Al canalla, por muy antiguas que sean sus miserias, hay que seguir llamándolo canalla
Lo más reciente es la epidemia de convulsiones flatulentas que ocasionó el proyecto Innovation City, un auténtico polo de colaboración entre empresas tecnológicas, cuyos beneficios se derramarán más allá del propio club, generando un motor de desarrollo, emprendimiento y asociación entre los nombres más descollantes del ecosistema digital global, pero todo esto es poco o nada porque, ya se sabe, se trata de una “bribonada” más de Florentino Pérez, amparado por sus conexiones esencialmente malignas con el poder económico, político y bla, bla, bla…
Y ya estoy viendo a más de un lector de estas palabras llevándose las manos a la cabeza, pensando que soy muy blando o abiertamente imbécil por no reconocer que “siempre ha sido así”, como si la estupidez prolongada en el tiempo fuera motivo, causa y razón suficiente para quedarse callado ante la arbitrariedad de los mismos rascamulas de siempre. Al canalla, por muy antiguas que sean sus miserias, hay que seguir llamándolo canalla y yo, que a pesar de tanta inmundicia no tengo muchas ganas de largarme de este mundo, me comprometo a hacer precisamente esto hasta el día y hora de mi muerte. Amén.
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