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La Galerna

·8 November 2024

Dos madrides a la intemperie

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Existe un cliché tan falso como recurrente que afirma que el Madrid de fútbol y de baloncesto son vasos comunicantes; de modo que la temporada en la que uno de ellos se muestra intratable, el otro flojea, y viceversa. Si uno se pretende riguroso y escudriña los datos con la lupa del estadístico observará que la sentencia no se sostiene del todo. Aunque en semanas tan horribles como las que están atravesando ambas secciones quizá vendría bien que el tópico fuese veraz: al menos habría un consuelo que llevarse a la boca. En lugar de ello, los dos equipos merengues parecen haber sincronizado las desgracias, un poco como esas mujeres que, a fuerza de compartir espacios, acaban simultaneando sus menstruaciones.

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Algún lector me dirá que, si en el ámbito deportivo el hablar de calamidades y desdichas siempre supone un exceso, en estas fechas luctuosas directamente constituye una obscenidad. No le faltará razón. No obstante, aceptada la -acaso intolerable- frivolidad del continuar hablando de fútbol y baloncesto, uno no puede dejar de aludir a la tantas veces mencionada condición de refugio que el Madrid tiene para muchos de sus hinchas. A pesar de que los antis acostumbran atacar a la institución por el alarde desmesurado de sus objetivos y aspiraciones -«L’homme est absurde par ce qu’il cherche et grand par ce qu’il trouve»-, la realidad es que las victorias del club en el día a día componen una humilde y gratificante coraza; seguramente tan pueril como cualquier otro cobijo simbólico, pero que permite afrontar la rutina y la lucha por la vida con mejor ánimo.


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Esto es algo que ilustró mejor que nadie Ángel del Riego, cuando a cuenta de otros temas ( https://www.elconfidencial.com/deportes/futbol/2023-11-20/real-madrid-seleccion-espanola-clemente-luis-enrique-vinicius_3777155/ ) explicó que el Madrid era el auténtico equipo de la provincia española, en tanto se erigía como una proyección de sus deseos veniales: en el entramado jerárquico del Estado, hay territorios que se sitúan abajo porque ni se los considera nacionalidades históricas, ni tienen burguesía solvente, ni poseen comunicaciones o economías boyantes… y necesitan algo a lo que aferrarse y en lo que proyectar sus anhelos. El Madrid sería un imaginario colectivo en el que los españoles de las regiones más depauperadas se sienten triunfantes, gloriosos, cubiertos por el manto de las grandes palabras de la historia. La metáfora del club como la luz divina que baña los cuadros religiosos del barroco es tan desmesurada como atinada.

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De ahí que el errático deambular de ambas secciones blancas nos haya arrebatado ese combustible anímico, tan candoroso como fundamental. La situación de los dos conjuntos comparte muchas adversidades: ambas plantillas cojas en alguna posición clave -tiradores, brújula y centrales, respectivamente-, lesiones que dificultan la compenetración y la asimilación de los nuevos sistemas, un lenguaje no verbal sospechoso por parte de algunos jugadores importantes, y, por encima de todo, dos entrenadores en su momento de mayor cuestionamiento al frente de los suyos. Por coincidir, hasta se ha coincidido en el último verdugo: un Milán muy normalito tanto en el césped como en el parqué ha echado sal a las heridas de manera inmisericorde. Por su parte, la afición se divide literariamente entre una Generación del 98 absolutamente pesimista, que se halla tentada de entregar la cuchara esta temporada para aplicarse en una regeneración a fondo, y una Generación del 27, más vitalista pero un tanto perdida en demasiadas vanguardias y planes de futuro que, por estimulantes que puedan resultar, no dan de comer en el día a día.

Si algo ha demostrado el Madrid, en ambas vertientes, es que indefectiblemente siempre vuelve. No tengo dudas de que esta ocasión no va a ser una excepción. Pero la naturaleza infantil que anida en cada hincha convierte en demasiado desapacible la espera a la intemperie. De ahí que el madridismo meta prisa para recuperar a su protector: que regrese pronto y nos libre del Mal. O, al menos, que contribuya a mantener la ficción de que tal propósito es plausible.

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