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La Galerna

·30 June 2025

Corderos contra pajaritos

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Mi amigo Javi, nuestro Javidatos, el de todos, @RMadriddatos, el jefe de la estadística blanca (y por lo que me dice, amenaza con ampliar su espectro al resto de clubes), el que todos conocemos y deseamos que se recupere pronto, me enseñó en el servicio militar, en la mili, a jugar al mus. Como sevillano que soy, lo del mus me sonaba más a chocolate o a limón que a juego de cartas pero, evidentemente, las tardes cuarteleras eran tediosas y, cuando no había obligaciones o hacíamos deporte, jugábamos al noble deporte del envite a grande. Gracias a sus enseñanzas y a perder multitud de botellines de cerveza, me hice un buen jugador. Aquí, en Sevilla, poco se puede practicar, pero cuando subo a Madrid, siempre montamos alguna que otra partida con madridistas ilustres en las que explayo mi calidad musística. Cuando una pareja juega muy bien (normalmente la de uno) y otra muy mal (lógicamente, la del otro), los que ganan suelen decir una frase lapidaria que joroba mucho al contrario: “Esta partida es de corderos contra pajaritos”. Recordemos que en el mus, más que ganar, importa la “humillación” del contrario, siempre en buena lid, siempre con buena amistad, pero la chanza y el regodeo no pueden faltar en una partida que se precie. Pues algo así pasó ayer en el Mercedes Benz Stadium, donde los corderos (el PSG), ha pintado la cara por 4-0 (y gracias) a los pajaritos (el Inter de Miami).

Lo del partido de octavos de final del Mundial de Clubes no fue un partido de fútbol. Fue un espectáculo folclórico. Una zarzuela mal afinada. Una exhibición coreográfica de geriatría aplicada. O, si prefieren ustedes la versión breve: jugó el Inter de Miami.


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Y no solo jugó: hizo el ridículo. Otra vez. Cuatro goles le ha endosado el PSG (con medio equipo suplente y Luis Enrique bostezando en cinco idiomas) a la tropa de jubilados en chancletas que dirige Mascherano, el jefecito, el que no sufrió la sanción máxima en encuentro alguno cuando jugaba en ese equipo del que usted me habla, ese croupier del caos que ha conseguido reunir en un solo vestuario más artritis que talento, más recuerdos que piernas y más egos que pulmones. Y al frente de todo, por supuesto, el gran ilusionista del fútbol mundial: Lionel Messi.

Messi. Ah, Messi. ¡Qué paseo! ¡Qué clase! ¡Qué caminata! Nuestro Javi me ha contado que, de niño, en el famoso Parque de Atracciones de Madrid, existían entradas de paseo, pagabas menos y no te montabas en nada, porque, bien estabas acompañando a tu hijo Romualdito a que se montara en los siete picos, el barco del Mississipi o en los coches de choque, o ibas al concierto del teatro. Pues eso, ayer, en Atlanta, Leo hormonas Messi compró entrada de paseo en el partido. El argentino volvió a firmar otro de esos encuentros en los que da la sensación de estar oliendo las margaritas del césped mientras decide si le apetece o no implicarse.

Lo del partido de octavos de final del Mundial de Clubes no fue un partido de fútbol. Fue un espectáculo folclórico. Una zarzuela mal afinada. Una exhibición coreográfica de geriatría aplicada. O, si prefieren ustedes la versión breve: jugó el Inter de Miami

En la primera parte no ha rascado bola, salvo en los saques de centro tras cada gol encajado. Eso sí, en la segunda (con el 4-0 en el marcador y el PSG ya con la toalla puesta) ha querido hacer "algo bonito". Algún regate inofensivo, algún pase para la galería, alguna jugadita vintage, un par de tiros a puerta… Qué tierno. Como cuando los Beatles rescataron Free as a Bird con la voz de Lennon sonando desde otra dimensión, mágica y lejana. Solo que Messi no es Lennon, y esto no es una joya rescatada, sino un fraude con peineta incluida ¿Que si marcó? No. ¿Que si asistió? Tampoco. ¿Que si engañó a alguien? Como siempre… al menos, lo intentó, como lleva los últimos 10 años, de ridículo en ridículo en campeonatos internacionales, porque en los domésticos, entre que su club de ese país pequeñito pagó millones de euros al vicepresidente de los árbitros para comprarse el sistema arbitral al completo Y AÚN NO HA PASADO NADA, que no se olvide, y en el PSG, la liga francesa se la regalan con el cartón de leche, ha ganado lo que quiera haber ganado, total…

Porque lo de Messi no es nuevo. Es la misma estafa emocional de siempre. El fraude mejor envuelto del siglo XXI. Un futbolista al que los organismos internacionales le han fabricado una leyenda con la misma destreza con la que un gobierno dictatorial infla estadísticas de crecimiento. Pero claro, lleva la camiseta rosa del Inter de Miami (más propia de una despedida de soltero que de un club profesional) y hay que rendirle pleitesía. No sea que se enfade la FIFA, se ofendan en ESPN y se desate el apocalipsis del marketing.

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Y mientras Messi pasea, su íntimo amigo Luis Suárez se dedica a repartir bofetadas. Literal. El uruguayo ha estado más cerca del octógono de la UFC que del área rival. Codazos, empujones, pisotones. El tipo parecía un vigilante de discoteca moldavo en plena jornada laboral. Y lo más gracioso: el árbitro, bien, gracias. El VAR, ausente. No se sabe si estaban dormidos, distraídos o simplemente atemorizados de que una expulsión tempranera empañase el reality show que la FIFA ha montado para que los abuelos de Miami se luzcan. Qué miedo da Messi, hasta cuando no hace nada. Especialmente cuando no hace nada.

Y qué decir del resto del cuarteto geriátrico: Busquets, caminando con la elegancia de un ministro jubilado en una romería. Jordi Alba, persiguiendo sombras como si jugase con gafas de sol en una cueva. La nostalgia vestida de short. Verlos a todos juntos (en el mismo césped, al mismo tiempo) arrastrándose como un comando de la tercera edad en maniobras tácticas, ha sido una delicia. Una gozada. Un masaje para el alma. Especialmente para aquellos que llevamos años denunciando el tinglado, el relato, la mentira.

Y mientras Messi pasea, su íntimo amigo Luis Suárez se dedica a repartir bofetadas. Literal. El uruguayo ha estado más cerca del octógono de la UFC que del área rival. Codazos, empujones, pisotones. El tipo parecía un vigilante de discoteca moldavo en plena jornada laboral

Porque si algo quedó claro ayer es que el Inter de Miami no debería estar en este torneo. No por calidad, no por méritos, no por historia. Están aquí por invitación. Por decreto FIFA. Por exigencias del guion y del patrocinador. Y eso ya es vergonzoso. Pero lo que roza el delito es que, después del esperpento de ayer, dos de sus actores principales (Messi y Suárez) figuren en el once ideal de la fase de grupos del Mundial de Clubes. ¿Perdón? ¿Ideal para qué? ¿Para un geriátrico con campo de golf? ¿Para un spa con rampa de acceso y dispensador de colágeno?

Lo de ayer fue un baño de realidad. Y de ridículo. Y si alguien en Suiza todavía tiene dignidad, debería retirar ese once ideal, pedir perdón y prometer que jamás volverá a montar una pantomima como esta. Porque no todo vale por el show. Porque el fútbol no es un parque temático de leyendas en prejubilación. Y porque el PSG (ese equipo francés que juega por obligación y gana por tener el dinero por castigo) ha desnudado al Inter de Miami como lo que es: una atracción de feria, un equipo de exhibición, una tournée geriátrica con forma de club.

Y aún hay quien aplaude. Y aún hay quien compra camisetas.

Pues nada, que siga la fiesta. Que sigan los paseítos, las sonrisas, los toques de cara a la galería. Que siga el fraude. Que siga la broma. Nosotros, mientras tanto, seguiremos aquí, riendo. Porque si esto no es una comedia, no sé lo que es.

Les dejo con la frase de mi amigo, que juega mucho peor que yo al mus, faltaría… Ser del Real Madrid es lo mejor que una persona puede ser en esta vida. ¡Hala Madrid!

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