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·21 October 2023

Ceca Raznatovic: cuando la tigresa de Arkan visitó el Calderón

Article image:Ceca Raznatovic: cuando la tigresa de Arkan visitó el Calderón

La reina del turbofolk, un señor de la guerra y la visita del Obilic al Estadio Vicente Calderón. Un viaje por la antigua Yugoslavia para conocer la relación de Ceca Raznatovic con el mundo del fútbol

Una inusual presencia amenaza en el banquillo visitante del Vicente Calderón. Parece una mujer joven. En sus exuberantes pechos, la brillantez de una cruz ortodoxa retiene la atención de la prensa local. Incluso a los jugadores y el cuerpo técnico. El suyo incluido. Se trata de Svetlana Raznatovic, mayormente conocida como ‘Ceca’, una estrella de la cultura serbia que preside al mejor club del país. Nos encontramos en septiembre de 1998. Arrigo Sacchi debuta en competición europea con el Atlético de Madrid. Es la primera ronda de la Copa de la UEFA. Los colchoneros tienen por delante al recién campeón de Serbia, el FK Obilic, rival que a priori no entraña demasiadas dificultades. Así lo dirá el marcador tras noventa minutos. El 2-0 gracias a los goles de Juninho y José Mari deja a los madrileños a un paso de la siguiente ronda. Faltará la visita a Belgrado. Pero hay algo que preocupa a un inquieto Jesús Gil. El mismo presidente capaz de presentar un programa metido en un jacuzzi y acompañado por chicas en bikini. Ese hombre irreverente y que no le teme a nada.

Porque Jesús Gil es un hombre poderoso. Icono de la cultura del pelotazo, hizo fortuna en la industria de la construcción saliendo de la nada. En sus propias palabras, una ‘persona hecha a sí misma’. Alcalde de Marbella y con una popularidad apabullante en la España de los noventa, su figura no amagaba ni el populismo ni la corrupción. Con los brazos abiertos le espera Zeljko Raznatovic, esposo de Ceca y presunto criminal de guerra perseguido por la Interpol. También dirige un club, y de la nada, se convirtió en uno de los hombres más influyentes de su país. Solo que con una diferencia, manchándose las manos con mucha sangre. Junto a su comitiva de matones, Zeljko recibirá a Gil nada más bajar la escalerilla del avión como buen anfitrión. El fútbol será lo de menos, tan solo importa dejar su buen nombre sobre la mesa. ¿Pero, quién es este hombre con un halo tan misterioso? Y sobre todo, ¿qué hacía una estrella del turbofolk sentada en el banquillo del Calderón?


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Entre el comunismo de Stalin y el capitalismo de Occidente, una próspera tierra se erigía a orillas del Adriático. La República Federativa Socialista de Yugoslavia. Gobernada con mano de hierro por el mariscal Josif Broz ‘Tito’, croatas, serbios, eslovenos, bosnios, macedonios y montenegrinos convivían en eventual armonía bajo el lema “Hermandad y unidad”. En ese particular estado nació Zeljko Raznatovic una primavera de 1952. Su sangre enaltece los valores de la patria. De padre militar, con un alto rango en la Fuerza aérea yugoslava, y con una madre afiliada al partido nacional. Pero Zeljko no tuvo una infancia sencilla y desde bien pequeño demostró ser un chico rebelde, pasando por reformatorios e incluso acercándose a la delincuencia. Abocado al delito, su padre pretendía alistarlo a la marina, pero a los 20 años, Zeljko escapará del país de forma ilegal para forjar su propio camino. Italia será su primer destino. Allí empieza la historia que lo llevará a ser uno de los personajes más temidos de los Balcanes.

Robos y delitos que pasaban a detenciones y fugas. Un periplo por Europa donde se forjó como criminal y se ganó un hueco en la lista negra de la Interpol. Durante sus casi diez años en el viejo continente, Zeljko entabló amistad con Stane Dolanc, jefe de la Policía Secreta Yugoslava (UBDA), que tenía la misión de enderezar la indisciplina del joven a petición de su padre (con influencias dentro del ejército). Aunque no lo logrará, Dolanc verá en ese ladrón de bancos a un chico sin escrúpulos capaz de servir como sicario. Y es que la diáspora yugoslava se extiende por Europa con más de un millón de personas, y cualquier molestia para el régimen será apaleada por nuestro amigo Zeljko. Bajo identidades falsas, se moverá a su antojo por los bajos fondos para cumplir con las misiones que le son encomendadas, y del apellido de una de ellas, nacerá el apodo de ‘Arkan’.

Mientras tanto, en 1980, una paralizada Yugoslavia llora la muerte del mariscal Tito. Sin el mando de aquel que fue capaz de unir bajo un mismo sentimiento durante 35 años las diferencias étnicas, lingüísticas y religiosas, el país no tardará en sufrir las consecuencias de su fallecimiento. Un giro dramático se cuece a fuego lento. A esa Yugoslavia vuelve un año después Arkan. Cansado de occidente, se instala en Belgrado para seguir desde las gradas al equipo de su corazón, el Estrella Roja. Se ha convertido en un hombre rico. Ostentoso de poder y con un Cadillac rosa que no duda en alardear por la ciudad. Pero las seis naciones se distancian, y los sentimientos patrióticos empiezan a florecer. Especialmente en la Serbia de Slobodan Milosevic y la Croacia de Franjo Tujman. Pero no nos alejemos mucho de Belgrado.

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En plena expansión del hooliganismo procedente del Reino Unido, en el Pequeño Maracaná, un grupo de ultras amenaza con alterar el poder de Milosevic. Ansioso por conservar su figura, el político serbio se acerca a Arkan para pedirle que ponga control a esa masa enforvecida de fanáticos. Zeljko, que seguía con sus actividades ilegales y en su día ya había colaborado con el gobierno de Tito, no dudará en ejercer el poder que le han concedido. Bajo el nombre de Delje (héroes en serbio), los fanáticos convertirán el estadio del Estrella Roja en una fortaleza para el ultranacionalismo serbio. Arkan ya es un líder. El mismo que encabezó las peleas entre aficionados del Estrella Roja y Dinamo de Zagreb que supondrían un antes y un después en la vida de todo yugoslavo. El fútbol como termómetro de la sociedad para dar comienzo a años de dureza y crueldades. Porque tras la caída del muro de Berlín, el mundo se resquebraja, y en Yugoslavia la situación es insostenible.

Con la disolución de la Liga de los Comunistas, el único partido político, y el triunfo en las urnas del nacionalismo en Eslovenia y Croacia, Yugoslavia se prepara para vivir su último verano en 1990. El mismo año en que acogían el Festival de Eurovisión, ambos territorios declararán su independencia, y la guerra estallará. Arkan, líder de los Delje, fundará la Guardia Voluntaria Serbia, un grupo paramilitar que se encargará de realizar todo lo que el ejército no haga. Los Tigres de Arkan serán llamados, por la obsesión del militar con dicho animal, bonito y a la vez mortal. Y mientras esta milicia combatía en las guerras de Croacia y Bosnia (lugar en el que también estalló el conflicto) el turbofolk se convertía en la banda sonora de una organización acusada de cometer crímenes contra la humanidad. El camino de Zeljko Raznatovic se cruzaría con una joven cantante y símbolo sexual para la juventud serbia, Svetlana Veličković, o más bien, Ceca.

Svetlana era una chica de pueblo apasionada por la música. Desde bien pequeña lucía su talento en bodas o delante del espejo imitando a los cantantes que veía por la televisión. Apenas entrabamos a los ochenta, y en Yugoslavia todo era paz. Invitada por los cantantes serbios de folk, Svetlana empezó a erigirse como una joven promesa del espectáculo, y rápidamente se convirtió en una estrella prematura. Adorada por las adolescentes, Ceca cantaba sobre amor, amas de casa y soldados, versos en muchas ocasiones con dobles sentidos sexuales de los que ella no era consciente. Con mucha proyección, Ceca empezó a discutirle la fama a la famosa Lepa Brena, en ese entonces la reina del turbofolk, un particular género musical que mezclaba los sonidos tradicionales con la modernidad del pop y los teclados electrónicos. Esa Ceca se convirtió en un símbolo para una nueva cultura que irrumpía con fuerza a la vez que Yugoslavia se fragmentaba en pedazos.

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Porque en los tradicionales cantos nacionalistas, la modernidad se presentaba en videoclips subidos de tono. Ceca enamoraba en el frente, y en 1993, aceptó dar un concierto en Erdut, ciudad fronteriza entre Serbia y Croacia y base de operaciones de la Guardia Voluntaria Serbia. Fue cuando Arkan se enamoró de ella, aunque quedó decepcionado. Esa diva era demasiado flaca. Pesaba 48 kilos, insuficientes para convertirse en la mujer de todo un líder. Algo cambió en Ceca, que inició su transformación a tigresa. De sudar en el gimnasio – convirtiéndose en campeona nacional de Body-building- y salir del quirófano con los labios carnosos y los pechos pronunciados pasaron solo dos años. En 1995, la boda entre Arkan y Ceca paralizó Serbia. Un evento que se retransmitió en televisión y fortaleció la figura de ambos personajes, vinculados estrechamente con el régimen nacionalista de Milosevic. Las guerras en Croacia y Bosnia se habían acabado, Yugoslavia ya solo era un recuerdo entre los escombros.

De esa icónica relación surgió una estrecha vinculación con el fútbol. Arkan abandonaba el traje de militar para enfundarse el de empresario, y Ceca seguía triunfando con su música. Ahora ya solo faltaba comprar un equipo. El objetivo era volver a dominar el Estrella Roja, pero esta vez desde el palco. Sin embargo, el club pertenecía al Estado, por lo que finalmente se decidió por el FK Obilic, club belgradense que militaba en la segunda división. Su nombre hacía referencia a Milos Obilic, mártir del nacionalismo serbio que, según cuenta la leyenda, en 1389 sacrificó su vida frente a los otomanos para asesinar al sultán Murad. Una estrategia de propaganda para identificar a Raznatovic con el héroe medieval. Ese mismo Obilic acababa de ser finalista de la copa yugoslava (perdieron 4-0 ante el Estrella Roja), pero con la llegada de Arkan, su poder sustituyó de facto el mérito deportivo.

Desde la temporada 1996/97, el Obilic inició un rápido camino hacia el éxito nacional. Pese a perder otra final de Copa, logró ascender a la máxima categoría. Un año después, el equipo derrumbaba el binomio Estrella Roja y Partizan para alzarse con el campeonato de liga. No obstante, el Obilic estaba rodeado de polémicas. Amenazas a rivales y árbitros, hostilidad, y dinero sucio que circulaba entre los fichajes. Un modus operandi en el que su dueño se sentía como pez en el agua, porque nadie se atrevía a decir nada, su mera presencia asustaba. Y así es como el club llega a la Liga de Campeones. Su primer rival será el IBV islandés. El partido se disputa en el estadio del Partizan, ya que el Milos Obilic no cumple con los requisitos de la UEFA. Sin problema alguno, los serbios decantan la eliminatoria a su favor. Para la segunda ronda les tocará enfrentar al Bayern.

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Pero a pocos días del partido de ida, el Tribunal Internacional Penal para la antigua Yugoslavia emite una orden de búsqueda y captura contra Arkan. Se le acusa de genocida y de ordenar las masacres de Vukovar y de Bijeljina. La UEFA no tarda en actuar, y prohibirá su presencia en cualquier partido oficial. Para evitar represalias y proteger deportivamente al club, Arkan cede la presidencia a su mujer Ceca. Mientras tanto, por la cabeza del criminal pasará el posible asesinato de Lennard Johansson, presidente de la UEFA, tal y como se supo años después. Beckenbauer, presidente de la entidad bávara, se niega a viajar a Belgrado para el primer encuentro. El 0-0 se resolverá en el partido de vuelta con una goleada a favor de los alemanes que relegará al Obilic a la Copa de la UEFA. De entre los muchos rivales posibles, el sorteo escogerá al Atlético de Madrid. Sí, el del preocupado Jesús Gil, que tenía dudas sobre su visita a Serbia.

Volvamos a esa eliminatoria. Porque en el partido de ida, el presidente colchonero ya lo dijo. «El resultado debería valer, pero la verdad es que hoy el espectáculo estaba en otro sitio». Como es evidente, se refería a la presencia de Ceca, que decidió cambiar el palco para acompañar a sus futbolistas en un papel de asistente. Un efímero paso por el fútbol para la estrella del turbofolk, que no daba muchas señales de interés por lo que sucedía en el césped. Algo que cambiaría tras el asesinato de su marido un 15 de enero del 2000. Cuatro pistoleros aparecieron en la terraza del Hotel Intercontinental y atentaron contra la vida de Arkan mientras ella se encontraba a solo unos metros comprando con su hermana. Más de 20.000 personas acudieron a su funeral. Era el fin de un criminal, pero también para un hombre considerado héroe del nacionalismo.

Tras ello, Ceca se involucró seriamente en la presidencia del Obilic. El equipo volvería a pasar por competición europea, aunque sin apenas trascendencia. El fin de Arkan supuso el fin de una era. Tanto dentro como fuera del campo. Porque también cayó Milosevic del poder. La sociedad serbia respiraba. Aun así, la presencia de Arkan permanecía intacta. Dos años después de su fallecimiento, el Pequeño Maracaná se llenaba con más de 80 mil personas para presenciar a Ceca en acción. Un concierto en homenaje a quien fue líder en la sombra en los peores días del país. “Arkan, Arkan, Arkan” coreaban al unísono los irreductibles ultras serbios. Meses más tarde, la policía entraba en el domicilio de Ceca investigando el asesinato del primer ministro Zoran Djindjic, quien había tomado el relevo de Milosevic. Sospechosa de dar cobijo a dos de sus asesinos, pasó tres meses en prisión.

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A la caída a los infiernos de Ceca se le sumó una crisis institucional y deportiva en su club. El Obilic fue perdiendo importancia y bajando categorías año a año. Sin patrocinadores ni jugadores de nivel, las polémicas y el lujo que seguían rodeando a la viuda de Arkan no beneficiaron a la imagen de un Obilic, que, a un año de su centenario, se encuentra compitiendo en lo más bajo del sistema de ligas de Serbia. Ya sin Ceca, que en 2011 fue acusada de irregularidades financieras durante su mandato. De nuevo pasó por la cárcel, aunque acabó condenada a arresto domiciliario durante ocho meses. Pero Ceca, manchada por una historia de película, sigue llenando salas y despertando el recuerdo de toda una generación que creció escuchando los ritmos sincopados de su turbofolk.

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