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La Galerna

·15 August 2023

Bellingham en Bilbao

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El sábado empezó la Liga (aunque oficialmente lo hizo el viernes, la Liga española comienza siempre cuando juega el Madrid) en San Mamés, y nos dejó ya una de las imágenes del campeonato: Muniain, el capitán del Bilbao, reprendía con la mano y un gesto autoritario de la cara a Jude Bellingham, que acababa de meter un gol, por celebrarlo mirando al público, abriendo los brazos y señalándose el escudo. El gestito de Muniain era claro y contundente, como diciendo “así no, así no” con el tonito paternalista y condescendiente tan propio del moralista español. El de Bellingham tampoco dejaba lugar a muchas dudas, pues abría los brazos y encogía la cabeza como preguntándose quién coño era aquel tipo y qué era lo que le estaba diciendo. En ese diálogo entre especies procedentes de planetas distintos está un poco de lo que va a ser la cosa este año en el “producto Liga”, como dice el inefable Xavi Hernández. Un país entero siguiendo la senda abierta por la turbamulta con Vinicius la temporada anterior, oponiéndose con rictus inquisitorial a que el Madrid, club de hombres libres, siga, parafraseando a Arcadi Espada, ciego su camino.

Muniain, el capitán del Bilbao, reprendía con la mano y un gesto autoritario de la cara a Jude Bellingham, que acababa de meter un gol, por celebrarlo mirando al público, abriendo los brazos y señalándose el escudo. Bellingham, sin embargo, no se achantó, porque viene de otro universo: uno que concibe el mestizaje

La fotografía es un extraordinario resumen del estado de la cuestión. Bellingham, que cuajó un partidazo en su debut, plantaba su metro ochenta y seis en medio de “la catedral del fútbol español” con todo el peso y la rotundidad de su desacomplejado talento. Acababa de marcar su primer gol como madridista y decidió celebrarlo como había sido su costumbre en el Borussia de Dortmund sin que se le ocurriera pedir perdón por ello. El dedo índice en el escudo del Madrid recordaba sus palabras tras cerrarse el fichaje: cuando me llamó el Madrid me dio un vuelco el corazón. Sin embargo al minuto apareció a su lado Iker Muniain, que parece David el Gnomo con esa barba, para recordarle que, amigo, está usted en España. Muniain, que llevaba el brazalete de una de las sociedades vizcaínas que son epítome de lo vasco, de uno de los adalides de la vasquidad contemporánea (con perspectiva de género, ecofeminista, gay-friendly y por supuesto, antimachirulista y ajena a todo lo que huela a ranciedad patriarcal y a cosas españolazas), se erigía curiosamente en el heraldo que venía a anunciarle al nuevo chico inglés del Madrid que a ver dónde se creía que estaba. Que esto no es ni la Premier ni la Bundesliga, sino un sitio “con valores” y aficiones con solera a las que “hay que respetar”.


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Ya le pasó en mayo a Ancelotti en Valencia. Con medio Mestalla llamando mono a Vinicius, al bueno de Carletto se le ocurrió señalar lo obvio en la rueda de prensa y por poco la hoja parroquial de los deportes en la ciudad no pidió su encausamiento penal por terribles ofensas al pueblo valenciano. Es el procedimiento habitual en este país de pacotilla. Aquí, el hecho suele ser soslayado por la anécdota. El producto Liga se dota hasta de drones con los que filmar en exclusiva a los futbolistas en la ducha pero no de tecnología de precisión para afinar el videoarbitraje y reducir en lo posible las sospechas de prevaricación en la toma de decisiones trascendentales que determinan campeonatos, descensos y promociones. En la fiscalía se acumulan indicios de que el Fútbol Club Barcelona compró al Comité Técnico Arbitral durante décadas pero la prensa conduce el “debate público” hacia los rebuznos de Xavi contra el juego del Getafe y contra una decisión arbitral correctamente tomada, Virgen del Océano, en contra de los intereses del equipo más favorecido por los “errores” arbitrales en la historia reciente del “producto Liga”.

El producto Liga se dota hasta de drones con los que filmar en exclusiva a los futbolistas en la ducha pero no de tecnología de precisión para afinar el videoarbitraje y reducir en lo posible las sospechas de prevaricación en la toma de decisiones trascendentales que determinan campeonatos, descensos y promociones

El producto Liga. Jude Bellingham, que aún no tiene ni veinte años y ya es una estrella en ciernes, ha aterrizado en un territorio corrompido, no sólo arbitralmente. ¡Si sólo fuera eso! Pero nunca es sólo eso. De hecho la ponzoña arbitral no podría existir sin unas condiciones ambientales viciadas, perversas. Sin, por ejemplo, la degeneración periodística. Tuiteaba Ricardo Rosety, un chico Roures que tiene en su bio una frase muy cómica (“Periodismo es la ciencia de buscar la verdad y el arte de saber contarla desde un procedimiento ético”) que Xavi tenía toda la razón en lo que dijo al acabar el partido contra el Getafe. Cuando los que fiscalizan al órgano regulador, es decir al poder, están vendidos al poder, el poder tiene la facultad absoluta de trastornar todas las reglas y, en España, la única ley, seguramente desde el franquismo, es obedecer sumisamente al poder. A este país llega Bellingham, con todo su tremendo trapío de plusmarquista jamaicano, su asombrosa velocidad, su virtuosismo técnico y sus ganas de comerse el mundo. Lo bueno es que ha llegado al lugar correcto, el Real Madrid, que es la única parcela de la nefanda España moderna libre de la influencia tóxica de la mentira.

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Muniain le decía que no, que no, que qué era eso de celebrar sin complejos ante una afición uncida, no se sabe bien por qué, desde antiguo por la prensa nacional. En la llamada catedral del fútbol español se ha ultrajado un minuto de silencio en tributo de asesinados por ETA y se ha aplaudido el golpe catalán del 17 pero ¡qué tronío tiene ese campo! Ese gesto de Muniain concentra la esencia mojigata de la España de hoy, un país al que le parece peor un baile de Vinicius que un muñeco con su nombre colgado de un puente de Madrid. Muniain en su día fue famoso por sus juergas escandalosas en Ibiza, pero, ay, es un chico “de aquí, de la casa”. Ahora ya está mayor y se ha dejado barba, todos estos personajes acaban, por muy jacarandosa que fuera su juventud, como transmutándose en parte del paisaje, sus caras se afilan, el rictus se les vuelve patriarcal, severo, adquieren formas rectilíneas; es como si con los años heredasen la fisonomía de los montes y los valles y como si la bruma vasca se les metiera dentro hasta que terminan pareciendo un tronco del árbol de Guernica, figuras egregias con la amplitud espiritual de un frontón de pelota vasca. Bellingham, sin embargo, no se achantó, porque viene de otro universo: uno que concibe el mestizaje. Siguió a lo suyo, moviéndose por el césped entre las líneas del Bilbao igual que Gulliver se paseaba por Liliput, pues Bellingham es el rostro de un mundo libre de vocación universal que desconoce la miserable existencia del rencoroso español. De esa materia está hecho el Madrid, esa es la pasta, y no el dinero, con la que ha conseguido sus éxitos a lo largo de ciento veinte años, por eso me parece que este chaval, que no parece inglés, tarde más o tarde menos, acabará triunfando en el Real.

Ese gesto de Muniain concentra la esencia mojigata de la España de hoy, un país al que le parece peor un baile de Vinicius que un muñeco con su nombre colgado de un puente de Madrid

Bellingham tiene, por la parte de su madre, sangre keniata y algo de eso se le nota en los andares, en sus hechuras. Danza con la pelota con una gracilidad no aprendida y su zancada es monstruosa, de maratoniano. En un momento de la segunda parte se giró con dos rivales delante y les tiró un autopase antiguo, de los que hacía tiempo que sólo se le veían a los grandes depredadores de las llanuras, como Vinicius, Haaland y Mbappé. Devoró medio estadio en dos pasos como Kipchoge y de repente estaba planeando sobre el área del Bilbao con los dos brasileños abriéndose por los costados dispuestos a clavarse como cuchillos en mantequilla. Fue estremecedor, pero ya antes, en la primera parte, había llegado lanzado a la posición del 9, terminando los ataques con un gesto de espuela que recordó a Zidane. Tiene en el gesto un desgarro barroco que engaña porque después se ríe y juega disfrutando como un niño de otra generación, una que no sabe nada de la minúscula tragedia provinciana en la que viven envueltos muchos españoles, tragedia pequeñita e irrelevante de la que el Madrid es liberación y refutación absoluta. En la foto, Muniain era un policía local dirigiéndose, caballero caballero, a multar a Matthew McConaughey por haber dejado la Endurance aparcada en medio de la ría.

Getty Images.

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