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La Galerna

·9 June 2025

Anestesia general

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Aquella película no es cualquier película. No es solo un sueño de cromo. Aquella película es una mirada al espejo de nuestras propias arrugas, de la marca del tiempo en nuestra cara como los trazos de un tronco seco. “El Crepúsculo de los Dioses” de Billy Wilder (nada menos) es un “recuerda que eres mortal” al nuevo general que recorre ufano su propio Main Street y el calor abrasador para un Ícaro imprudente. Su título, como bien apunta el gran Rafael Gómez de Parada, mejora con la traducción frente al aséptico e inanimado “Sunset Boulevard”. Pero, sobre todo, es un recuerdo de que todo caduca.

La arrogancia no siempre tiene réplica, pero cuando eso sucede se abre el cielo y deja de jarrear. Los ejércitos de aduladores rompen filas y se ocultan entre la maleza como criaturas ateridas y cobardes. Entonces, los rostros ajados pero ya sabios, aquellos que han aprendido a perder, fuerzan el rictus y vomitan una sonrisa orgullosa.


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A alguien que ya se cree lo que será (o no) pero aún no es, le tengo especial antipatía. Primero, porque ha habido otros que ya han llegado ahí y lo han hecho con humildad y respeto, por caminos empedrados, sin colores chillones, sin estridencias. De manera callada y con perfil bajo. Cuál ha sido el peso abrumador de los Zidane, Gento, Van Basten y otros pocos unicornios para el arte del fútbol, ese de esculturas de mármol en aquel Panteón de dioses tallado por un Bernini imaginario, debe mesurarse con la báscula romana que es el tiempo. Comparar a cualquier Bad Bunny del balompié con los Stones, con Willie Nelson o con un McCartney otoñal es, ante todo y sobre todo, soez. Luego, esos arribistas mostrarán su poso si lo tienen. Y probarán su lugar en el mundo del fútbol que trasciende, del que no se olvida. Y puede que lo tengan. Pero hoy no se fía: los pagos, al contado. Por ahora, los catálogos ensombrecen ante las enciclopedias.

Segundo, porque ese alguien, al no eludir la comparación, presupone unilateralmente que ya es o merece ser lo que esos otros son y han sido tras tiempo, esfuerzo y sacrificio. Hay que despreciar a quien desprecia el sudor ajeno. A quien no reverencia a quienes han curvado el hierro candente. Aquellos árboles cuyo tronco sacudimos hoy merecen la dignidad de la distancia. Sombreros fuera y mirada baja. Quien escucha a los aduladores, quien se deja equiparar, quien abandona el escenario en una pose eterna, quien asume que la vida es un permanente reel de TikTok, quien no elige el mejor consejero muestra un perfil egocéntrico y soberbio que merece la némesis del fracaso. En este caso, que así sea. Y sí, hablo de quien Ud. piensa.

Ya nadie recuerda a Norma Desmond.

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