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La Galerna

·14 May 2024

5-0: Vinícius, Balón de Oro

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En capilla, cual caballero templario. Esperando a la llamada de la última cruzada. Wembley, Tierra Santa. Bajo este aroma de entreguerras recibía el campeón de Liga esta fresca víspera de San Isidro en Madrid al Deportivo Alavés. Los veintidós sobre el césped, todos, con los deberes hechos y con una alineación de Ancelotti —quién sabe, los caminos de Carletto son inescrutables— que bien pudiera ser el once que luchará ante los borusser por la Decimoquinta.

La principal duda, bajo el arco merengue, esta noche protegido por Courtois, que apenas tardó un minuto en salvar los muebles. Una internada de Hagi, el turco, permitió a Omorodion cuyo nombre evoca a pérfido secuaz cósmico de Thanos, disparar por dos veces contra nuestro tallo valón. Poco ángulo, Courtois y, por consiguiente, poco que hacer. Honor al Alavés, que honró al Real Madrid con el pasillo de campeón y que mostró en el Bernabéu, cedido, nada menos que al posible heredero del capitán: Rafa Marín. Lo tuvo complicado el castillista.


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Un Madrid relajado dejaba pasar el tiempo entre detallitos de Vini y valientes intentonas de Hagi, que ni es Gica, ni Maradona, ni tampoco es de los Cárpatos, pero tiene más moral que el Alcoyano. Intentó superar a Courtois desde el centro del campo. Por un momento, el Alavés se mostró juguetón bajo los focos del gran teatro de Florentino. Craso error.

A los nueve minutos, la zaga visitante cometió el pecado mortal de dejar pensar a Kroos en el balcón del área. El teutón levantó el mentón y vio la incorporación de Bellingham por la izquierda. El británico pareció intentar centrar con la zurda, pero alojó el balón, manso, en las redes blanquiazules. Su padre, sargento de policía de Birmingham, lo celebraba en el palco, mientras su hijo empataba a 19 goles con Sorloth, y se situaba a uno de Dovbyk, en la lucha por el pichichi con semejantes fornidos rubios.

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Como apuntábamos en líneas precedentes, el Madrid se gustaba, máxime con viento en popa, Vini haciendo diabluras y el Bernabéu pidiendo el Balón de Oro para el carioca.

Incomprensible estando Pedri disponible.

Se arrugó el Alavés para desquicie de su entrenador en la banda —sonoro disgusto le dio Lucas Vázquez en Mendizorroza en el noventa de la primera vuelta—, indeciso entre ser valiente o suicida. Optó por la calle del medio y como fruta madura —la técnica del samurai— comenzaron a gotear los goles. A los 26´, Jude, liberado, con toda calma, rompió líneas con un pase interior para Camavinga que, hábil, ganó un metro a su marcador para asistir a Vinícius y marcar el segundo. El Nuevo Bernabéu clamaba de nuevo por un Ballon D´or para su héroe.

Incomprensible estando el colchonero de pelo rosa —o vaya usted a saber el color— disponible.

El Alavés ofrecía poca resistencia y el respetable disfrutaba. En el Madrid todo eran sonrisas pero poca clemencia. La misma misericordia que mostró Valverde con un trallazo desde la esquina del área al filo del descanso para hacer el tercero. Jesús Owono, el portero alavesista, ni se enteró —o bueno, vaya si se enteró— de cómo entró ese obús por su escuadra y palo.

Los de Carlo ganan, golean, el Bernabéu disfruta… ... y el Madrid calienta para Wembley

El segundo acto dio inicio con susto tras felino salto de Militao, que se tocó dolorido la rodilla tras tocar el verde, como si comprobara la elasticidad de sus todavía maltrechos ligamentos. Falsa alarma. No lo fue tanto la penetración de Camavinga en área rival, internada que comenzó con un trompicón del que nuestro rastaman se recuperó burlando adversarios hasta desplomarse extenuado a un palmo de los guantes del estirado Owono.

El Alavés, no obstante, parecía dispuesto al menos a marcar el gol de la honra. Courtois, empeñado en opositar a plaza en Wembley, no estaba por la labor. Solventó un disparo lejano pero violento de Omorodion y, sobre todo, recordó a aquella cortina de hierro infranqueable del París de la 14ª con una mano abajo muy complicada ante disparo, de nuevo, de Hagi. Pobre hombre, con Thibaut topó. Goes y Valverde respondían sin suerte antes del carrusel de cambios. Media hora para que Aladín Güler frotara su lámpara maravillosa en el lugar de un ovacionado Camavinga. Te queremos, Eduardo.

El partido, para entonces, realmente ya había concluido. Lo animaba el espigado árbitro del colegio balear Busquets Ferrer —más Busquets que Ferrer, apuntaba atinado don Francisco Sánchez Palomares en el chat de La Galerna— obviando posibles penales y sacando la correspondiente tarjeta amarilla de gatillo fácil a Vinícius. Fiel a su estilo, el carioca respondió con protestas, instantes antes de recibir un nuevo pase de Bellingham y cruzar a la escuadra del palo largo de un ya incomprendido Owono.

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4-0… y gracias. El Madrid seguía acumulando y fallando ocasiones.

Daba igual, el Bernabéu es una fiesta, que diría Hemingway, y faltaba quién la coronara.

Tuvo que ser Aladín Güler, cazando con la zurda como quien no quiere la cosa un centro sucio, quien hizo el quinto y el cuarto de su cuenta personal esta temporada, a tan solo un tanto de Lamine Pelé Yamal con tropecientos minutos menos.

Los de Carlo ganan, golean, el Bernabéu disfruta…

... y el Madrid calienta para Wembley.

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