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Por Ignacio Osorio
Hemos sido testigos de una de las tragedias deportivas más grandes del fútbol sudamericano, al menos en la última década. Por un lado, los mal llamados hinchas de Universidad de Chile, barras bravas, quemando, destruyendo y golpeando; por otro, los mal llamados hinchas de Independiente, también barras bravas, golpeando, destruyendo y quemando. En palabras coloquiales y simples, los tontitos de siempre.
Son los mismos tontitos de siempre, grupos organizados, compenetrados y que han desarrollado una identidad manifestada a través de lienzos y otros aparatos culturales, los que nuevamente niegan el verdadero espectáculo, el fútbol, a las familias, muchas de ellas, en el último caso, viajeras que con esfuerzo iban a un partido de su club. Son estos mismos grupos, los tontitos de siempre pero que vestidos y escudados bajo la insignia de Colo-Colo entraron a la cancha, destruyeron parte del estadio e hicieron una avalancha en el Estadio Monumental. En otras ocasiones, también han sido ellos, los que se hacen llamar Garra Blanca. Y también aquellos que se hacen llamar Los De Abajo. Incluso los llamados Marginales, barra brava, grupo organizado que dice alentar y apoyar los colores de Curicó Unido quienes, en un clásico regional, el del Maule, intentaron entrar a la fuerza a los camarines de Rangers de Talca. Y así, suma y sigue en el historial. Escudados bajo distintos equipos, los tontitos de siempre, cada tanto, hacen de las suyas.
Propios, extraños y foráneos, todos grupos de personas que por ancha o por manga han encontrado – lamentablemente – un refugio, un espacio en el fútbol para expresar sus carencias humanas, intelectuales y sociales, que solo ensucian, agreden y menoscaban la existencia de un deporte que por décadas, la mayoría de las veces, solo te entrega alegrías y momentos satisfactorios. El mismo deporte en que por culpa de esos tontitos de siempre, ya poco y nada de espacio queda para la familia, para un papá, una mamá con sus hijos, o un abuelo con sus nietos. Incluso hasta eso se ha dejado de lado en la sociedad moderna.
Acabar con ellos, con los tontitos de siempre, no solo requiere de voluntad institucional de los clubes, sino también de una vocación completa de parte de todos, sobre todo de los Estado-Nación, pues estos grupos, los tontitos de siempre, no son más que aquellos que Marx denominó alguna vez como lumpen-proletariado, grupos egoístas y que buscan su beneficio propio, ya sea el de satisfacer sus carencias, o bien obtener algún usufructo. Reducirlos costará años, tal y como en Inglaterra con los Hooligans, pero cada vez se hace más necesario, imperante y obligatorio para que el fútbol, al menos en las graderías, vuelva a ser lo que fue alguna vez: un espectáculo para la Familia.
De la violencia institucional sin duda que hay que hablar, pero hoy el turno – al menos en esta columna- es para aquellos que ya tienen hastiados a los hinchas de bien, a aquellos que pagan su entrada e intentan, legítimamente, traspasar aquel amor su club que les fue heredados, para que ellos, en el futuro, lo puedan heredar a sus hijos y que ningún “barra brava” tiene derecho a interrumpir, ya sea en Argentina, Chile o en cualquier parte del mundo.
Basta, por favor, de los tontitos de siempre, de aquellos que solo dañan al fútbol y a la sociedad.