
La Galerna
·17. Juli 2025
Lucas Vázquez, el último mohicano del madridismo

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·17. Juli 2025
Hoy se despide del Real Madrid un tipo que no tiene documental en Amazon, ni biopic en Netflix, ni grupo de Telegram de modernos exégetas que analicen su pisada de balón con reverencia talmúdica. No fue portada de revista, no salió con una cantante indie, no jugó al postureo en Instagram y jamás miró por encima del hombro al que tenía al lado. Hoy se va Lucas Vázquez Iglesias, el de Curtis, madridista de cuna, y eso que nació a más de 500 kilómetros del Santiago Bernabéu. Se va un hombre de club, uno de esos pocos que entienden lo que significa jugar en el Real Madrid más allá de la estética y del algoritmo.
Y yo, como madridista y como hombre que aún cree en la gratitud, me pongo en pie para aplaudirle.
Porque Lucas no fue un ídolo de masas, ni falta que le hizo. Su grandeza fue siempre otra: la de quien se parte el pecho por el escudo, aunque le digan que no tiene calidad —que la tiene—; la de quien acepta jugar donde le manden, sin rechistar, aunque los eruditos de X le recuerden cada domingo que no es Cafú. No es Cafú, pero es nuestro Cafucas, la de quien regresa al club tras una cesión y, en lugar de instalarse en el papel de víctima, se gana un sitio a base de trabajo, sudor y una humildad que jamás se llevó bien con los filtros de Instagram.
¿Lo recordáis, vosotros que le llamabais “paquete”?
¿Os acordáis de aquella tanda contra el Atlético en Milán, donde Lucas cogió el primer penalti como si llevara quince años lanzando penaltis en finales de Champions? ¿O preferís hacer memoria selectiva y quedaros con un mal pase contra el Rayo? ¿O con un centro desviado en un partido intrascendente de noviembre?
Lucas Vázquez no fue Modric, no fue Benzema, no fue Cristiano, porque no tenía que serlo. Fue Lucas, y eso, en el Real Madrid, es mucho más de lo que parece.
El Real Madrid ha ganado mucho con Lucas. Más que títulos, ha ganado ejemplo. En un fútbol moderno dominado por las quejas, los egos, las rabietas mediáticas y los gestos para la galería, Lucas fue un símbolo de algo mucho más valioso: la predisposición. Esa rara virtud que solo tienen los profesionales de verdad. Cuando Carvajal cayó lesionado, ahí estaba Lucas, reconvirtiéndose, reinventándose, aguantando al extremo de turno, peleando cada balón, cubriendo al central, haciendo la cobertura, tragando saliva cuando le pitaban los suyos.
Lucas Vázquez no fue Modric, no fue Benzema, no fue Cristiano, porque no tenía que serlo. Fue Lucas, y eso, en el Real Madrid, es mucho más de lo que parece
Sí, los suyos, porque en el fondo los peores insultos no vienen del rival, sino del que se supone que lleva tu misma camiseta.
La grada es libre, faltaría más, pero también es muchas veces miserable. Esta temporada lo ha sido con Lucas como pocas veces he visto.
“Lucas no vale”, decían. “Lucas no puede jugar en este equipo”, remataban los voceros de bufanda floja y garganta afilada.
Y sin embargo, ahí estuvo, toda la temporada, por ejemplo, enfrentándose a los extremos más peligrosos de Europa, saliendo al campo o del banquillo como quien se lanza a una mina en llamas. Sin excusas, sin lloros, sin posts crípticos, porque Lucas no buscó jamás coartadas, sólo pidió una cosa: jugar.
A los que le insultasteis, os deseo una larga vida y muchos extremos derechos que se rifen vuestras costillas.
A los que le vejasteis en redes sociales, con memes, mofas, risas de media neurona y vídeos editados a mala leche, os deseo un espejo, y que tengáis que miraros en él cuando vuestro hijo os pregunte por qué tratasteis así a uno de los vuestros.
A los que os creísteis más listos que el club, que el entrenador y que la historia, solo porque Lucas no os salía en el modo carrera del FIFA con cinco estrellas de habilidad… os deseo silencio.
Porque a veces el mejor homenaje que se le puede hacer a un profesional honesto es que no le hablen los cobardes.
Lucas Vázquez representa como pocos los valores del Real Madrid: esfuerzo, fidelidad, humildad y coraje. Fue canterano, volvió cuando muchos no daban un euro por él, se ganó un puesto con Zidane, se dejó la vida en Kiev, en París, en Mánchester, en Sevilla. Jugó de extremo, de lateral, de carrilero, y si le hubiesen pedido ir de portero, se habría enfundado los guantes con la misma sonrisa.
Nunca pidió nada, y dio todo.
¿Sabéis lo que es eso? Eso es el Madrid.
Nunca pidió nada, y dio todo. ¿Sabéis lo que es eso? Eso es el Madrid
Se va un jugador al que no se recordará por su zancada ni por sus highlights, pero al que echaremos de menos cuando vengan mal dadas y nadie quiera bajar al barro. Porque Lucas siempre bajó, siempre. Incluso cuando le llamaban lastre.
Pero él no cargó el club, lo sostuvo. Como tantos silenciosos imprescindibles de nuestra historia: Chendo, Arbeloa, Maceda, Paco Bonet, Ángel. Los que no tienen documental, pero tienen sitio en el alma blanca.
Gracias, Lucas.
Gracias por cada sprint, por cada despeje, por cada penalti valiente, por cada gesto de compañerismo.
Gracias por entender que el Madrid no se lleva en el pecho, sino en el alma.
Gracias por no hacer ruido cuando no jugabas y por no callarte cuando tocaba defender a un compañero.
Gracias por ser uno de los nuestros, de verdad.
Y a los que te insultaron, una última cosa: ellos se quedarán, pero tú, Lucas, tú te vas del Madrid como se van los grandes: con la cabeza alta, la camiseta sudada y el respeto de los que saben que este club se levanta sobre hombres como tú.
Hasta siempre, gallego.
Nos diste más de lo que merecíamos.
Y no te olvidaremos nunca.
Me despido como siempre, con la frase de nuestro amigo Javi. Ser del Real Madrid es lo mejor que una persona puede ser en esta vida. Y Lucas Vázquez lo sabe muy bien. ¡Hala Madrid!
Getty Images
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