
La Galerna
·18. Februar 2025
La guerra total: el Real Madrid contra el sistema

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·18. Februar 2025
El Real Madrid se encuentra inmerso en una guerra que, a priori, parece tener perdida. Al menos en el corto plazo. Hace ya dos años que se destapó el Caso Negreira, el mayor escándalo de corrupción arbitral en la historia del fútbol español, y desde entonces la institución blanca ha emprendido una cruzada contra el sistema. Sin embargo, la realidad es tozuda: el enemigo es demasiado poderoso y el Madrid está demasiado solo.
No tiene aliados en el fútbol español ni posibilidades reales de cambiar un statu quo que beneficia a todos los actores involucrados en el sistema. La Real Federación Española de Fútbol y sus miembros corruptos han cimentado un entramado donde todos los que participan en él viven cómodamente. Los árbitros prefieren que nada cambie, ya que cualquier reforma estructural limitaría su capacidad de influencia. La prensa, controladora del flujo de información, sigue un guion que favorece a determinados intereses. Y los clubes, por miedo o por conveniencia, se alinean con el poder, evitando cualquier enfrentamiento que les pueda perjudicar, como le ha ocurrido al Real Madrid.
Para comprender el laberinto en el que se encuentra el Real Madrid, hay que entender los cuatro pilares sobre los que se sustenta el sistema mafioso. Cuatro bases bien enraizadas en las estructuras del fútbol y que aseguran la perpetuación de un sistema viciado, en el que el club blanco se ha convertido en el principal enemigo.
La Real Federación Española de Fútbol y la Liga son los ejes vertebradores del fútbol en el país. La primera, dominada durante décadas por Ángel María Villar, instauró un sistema de favores arbitrales conocido como el Villarato, que benefició claramente al Barcelona. Tras su salida, la corrupción ha seguido, pero con otros actores. Todo el sistema gira en torno a prebendas que se otorgan a todos aquellos actores con capacidad de voto.
Esto lo entendió a la perfección Villar, que supo comprar voluntades entre los presidentes de las federaciones territoriales, y evidentemente también lo entendió su sucesor, Rubiales, que se encargó de seguir engrasando el sistema para que siguiente funcionando. Pero también lo entendieron los árbitros, que también tienen voto, y algunos clubes, como el F.C. Barcelona, que traicionó la decisión de los clubes y vendió su voto a Villar a cambio de favores.
La otra pata institucional, es la Liga, presidida por Javier Tebas, siendo un ente hostil al Real Madrid . Tebas, declarado enemigo de Florentino Pérez, ha utilizado su poder para debilitar al club, permitiendo que los intereses de otros equipos se impongan en los despachos y diseñando un modelo de explotación de derechos televisivos que perjudica al Madrid.
El Comité Técnico de Árbitros ha sido el mecanismo de control más efectivo de la corrupción. Durante 17 años, su vicepresidente José María Enríquez Negreira recibió pagos millonarios del Barcelona con el objetivo de influir en el arbitraje. Aunque la justicia sigue investigando, el hecho en sí es innegable: el Barcelona compró influencia en los arbitrajes durante casi dos décadas.
Resulta difícil desligar a los árbitros de la propia corrupción de la federación, de Villar y de otras muchas personas enjuiciadas en diversas causas judiciales. Al final, en un sistema así de corrupto la única opción es salirse del mismo o corromperse. Los árbitros también votan y saben a quién se deben. Es el mismo que decide si ascienden o descienden y si se convierten o no en internacionales, con la repercusión económica que ello implica. Y, por eso, personas como Sánchez Arminio o Díaz Vega eran conocedores, si no partícipes, de todo este entramado. Y por la misma razón, los herederos del sistema actual, que ascendieron en el escalafón, son también parte de todo.
Lo verdaderamente grave es que, tras destaparse el escándalo, los mismos actores siguen dirigiendo el CTA: Medina Cantalejo y Clos Gómez, ambos con trayectorias más que cuestionables, continúan al mando del arbitraje español sin ningún cambio estructural. Donde hubo un entramado corrupto perfectamente planificado sigue existiendo el mismo modus operandi.
La gran mayoría de los medios deportivos forman parte de este “tinglao”. Lejos de denunciar el Caso Negreira, lo han relativizado, modulando el relato para evitar el escándalo y desviando el foco.
La prensa históricamente ha vivido en gran parte del Real Madrid y de su influencia. Bien dentro de un relato madridista, con la supuesta caverna, dando predominio a la información del Real Madrid como club más seguido de España, o bien dentro de un relato más antimadridista, como los periódicos de Cataluña o algunos de Valencia.
Pero, en todo caso, le vaya muy bien al Real Madrid o muy mal, la prensa siempre sale beneficiada. Alfredo Relaño, exdirector del diario As, lo explicó perfectamente: "La prensa vende tanto cuando el Madrid gana como cuando pierde". Y en el ecosistema actual esa prensa ha encontrado un filón en la confrontación contra el club blanco. Siendo incluso muchos patrocinados por terceras partes, como ocurrió con periodistas a sueldo del Barcelona, en lo que se conoció como el Barsagate.
Además, algunos de los principales conglomerados de comunicación están controlados por figuras próximas al Barcelona, como Jaume Roures, que maneja los derechos televisivos, y que también controla las imágenes del VAR. Como con el arbitraje, los empleados de Roures y de otros medios afines, saben perfectamente que su jefe es socio y accionista del F.C. Barcelona y a quién se deben.
La gran traición al fútbol es la pasividad del resto de los equipos. Los mismos clubes que exigieron sanciones al Madrid por pedir transparencia en la competición son los que han guardado un silencio cómplice ante la revelación de que el Barcelona pagó al vicepresidente de los árbitros. Mientras que el Real Madrid es el único que se ha personado en la causa, como principal damnificado, el resto de clubes, con honrosas excepciones, han mantenido el vínculo con el Barcelona.
La indignación por este hecho la han pagado justamente con el Real Madrid, que en lo que es un giro del guion surrealista se ha convertido en el culpable de los pagos del Barcelona a Negreira. Y el odio hacia el club blanco parece canalizar la ira de miles de aficionados, que deberían dirigirla hacia el club tramposo y no hacia el club víctima de esta organización mafiosa.
La explicación es sencilla: muchos clubes temen represalias si desafían al sistema. Otros han encontrado un refugio bajo la protección de la Liga o la Federación. Y algunos han adoptado una posición frontal contra el Madrid, avivando una hostilidad que se ha ido fraguando con el tiempo.
El origen de esta situación parece responder a una evolución de las últimas décadas con este resultado tan estrambótico. No está del todo claro del origen primero de este odio, pero sí existen puntos de inflexión evidente. Hubo un tiempo en que el Real Madrid era respetado, e incluso admirado, por muchos clubes españoles. Sin embargo, con el paso de los años, las dinámicas competitivas fueron desgastando esas relaciones. Clubes como el Deportivo de la Coruña, el Valencia o el Sevilla, que en diferentes épocas rivalizaron con el Real Madrid, pasaron de la cordialidad a la enemistad, fruto de ese enfrentamiento deportivo.
Otros, como Osasuna o el Athletic Club, siempre fueron bastiones de hostilidad en sus estadios, avivando la animadversión con el paso de las décadas. Y, finalmente, un buen número de clubes simplemente entendieron que lo más pragmático era someterse a la voluntad del verdadero capo de la competición: el F.C. Barcelona.
El Barcelona, que durante años estuvo involucrado en la corrupción arbitral con los pagos a Enríquez Negreira, operó con una impunidad asombrosa. Probablemente, esas prácticas se remontan a la era de Josep Lluís Núñez y se consolidaron en los años de las ligas de Tenerife. Por el camino, el Barça fue controlando las instituciones mientras los clubes se sometían cada vez más. El nuevo modelo encontró en entidades como el Valencia o el Sevilla a grandes entusiastas, capaces de vender a sus mejores jugadores al club culé y no al club blanco, aunque las condiciones económicas fuesen peores.
Mientras tanto, a medida que el Real Madrid internacionalizaba su marca y sus giras veraniegas, disminuía su presencia en torneos veraniegos en España. Su mercado pasaba a ser el mundo entero mientras la desafección nacional se incrementaba. Esta tendencia fue alimentada por una prensa que nunca vio con buenos ojos la llegada de Florentino Pérez. La irrupción de Florentino supuso un antes y un después en muchos aspectos, pero también en la gestión diaria del club con la prensa. Su objetivo fue profesionalizar el club, primero a través del marketing de las estrellas como palanca financiera, luego con grandes proyectos como la Ciudad Deportiva y, finalmente, gestionando la institución con una visión empresarial. El modelo de los Galácticos fue inicialmente visto con hostilidad tanto por la prensa como por otros clubes. Y en general la nueva propuesta de Florentino, que apostaba por profesionalizar todas las áreas de la entidad, reducía la capacidad de influencia de la prensa dentro del club más importante de España.
Esto provocó la hostilidad de aquellos que aspiraban a controlar el club desde dentro, especialmente la prensa y ciertos grupos empresariales como PRISA. Antes, figuras como José María García ya habían tenido enfrentamientos con la institución, pero con Florentino el distanciamiento se hizo más profundo. Su dimisión en 2006 solo evidenció el oportunismo de los medios de comunicación, cuyo único interés era obtener influencia, como quedó patente con la desastrosa gestión de Ramón Calderón.
El regreso de Florentino Pérez a la presidencia marcó un nuevo punto de inflexión, que se ha incrementado hasta la ruptura actual. Tras un primer intento fallido con Manuel Pellegrini, el club apostó por una estrategia más agresiva, tanto en lo deportivo como en lo institucional. La llegada de José Mourinho simbolizó esa ruptura. Mourinho encarnó la guerra total contra el establishment futbolístico español, desenmascarando las prácticas arbitrales que favorecían al Barcelona y denunciando la hipocresía del sistema.
En una España dominada por el relato culé, con el tiki y taka como modelo supremo, con los jugadores del Barça copando la selección española y con Guardiola como máximo referente, la prensa española y muchos clubes se escoraron definitivamente del lado del ganador en aquel momento. Al otro lado, el nuevo Real Madrid de Mourinho retó a todas las estructuras y tensó la cuerda al máximo, virando por momentos el relato, al menos internamente. En un madridismo adormecido, la belicosidad del club despertó a muchos aficionados de ese letargo, y convirtió lo deportivo y extradeportivo en una guerra total.
Después de 3 años de lucha encarnizada, Guardiola salió del Barça y el tiki taka acabó desapareciendo, pero también lo hizo Mourinho, con un club desgastado a todos los niveles y enfrentado a casi toda la prensa patria y muchas entidades. Y, sin embargo, ese fue el germen de la etapa más gloriosa del club en su historia reciente. De aquellos brotes verdes nacieron los éxitos de los últimos años, consolidando al Real Madrid como el club hegemónico en Europa. De ese desgaste nació un Real Madrid mucho más fuerte.
A medida que el Real Madrid acumulaba títulos, la hostilidad aumentaba aún más. Ya no había aficionados de sus equipos y del Real Madrid como segundo equipo. Ya era una división entre madridismo y antimadridismo. Polarización total. Agravado por un fenómeno común en el deporte, que es el deseo de que gane el pequeño contra el más grande. A nivel deportivo, no interesa que un equipo sea siempre el vencedor. Esa monotonía agota hasta a los aficionados neutrales, que se decantan por el equipo nuevo.
Con todo, en España la situación ha adquirido incluso matices particulares. La división territorial del país, la narrativa del centralismo y una cultura donde el éxito ajeno suele generar envidia han contribuido a agudizar la animadversión. No se trata solo de deporte; es un problema estructural que trasciende el fútbol.
Florentino Pérez, consciente de esta realidad, lleva años ideando una vía de escape. La Superliga es su respuesta a un sistema podrido y a una estructura imposible de reformar desde dentro. La federación española está infestada de corrupción, pero el problema se extiende a la UEFA, otro organismo que opera con las mismas deficiencias y vicios. Cambiar este entramado requiere más que comunicados oficiales o denuncias mediáticas.
La Superliga no solo ofrece un modelo de competición más atractivo y rentable, sino que garantiza que los clubes tengan el control de la organización, al estilo de las grandes ligas estadounidenses. En lugar de depender de burócratas y dirigentes con intereses personales, el torneo estaría gestionado por los propios clubes, quienes, en última instancia, son los principales interesados en mejorar la competición.
Además, representa una nueva fuente de ingresos que permitiría al Real Madrid consolidar su independencia financiera, evitando las limitaciones de una liga en decadencia y una UEFA que no protege los intereses de los clubes. La Superliga es la única vía de escape viable para el Real Madrid. Y por eso es su principal impulsor.
La otra alternativa es seguir luchando contra un sistema que no ofrece garantías de cambio, donde la justicia avanza a un ritmo desesperantemente lento. El caso Negreira lleva dos años de instrucción y, sin importar su desenlace, el daño ya está hecho. Ni una eventual condena cambiaría las estructuras de un fútbol español corrompido hasta la médula.
El Real Madrid sabe que está solo en esta batalla. Pero también sabe que, históricamente, ha sido en los momentos de mayor adversidad cuando ha encontrado la manera de salir adelante. La pregunta es si esta vez lo logrará dentro del sistema o si, inevitablemente, tendrá que construir el suyo propio. Algo utópico.
El Madrid, después de años de silencio institucional, ha decidido alzar la voz. Lo ha hecho primero personándose en la causa judicial contra Negreira, denunciando la corrupción del sistema y después publicando un duro comunicado oficial que pone en entredicho la limpieza de la competición. Pero la realidad es que es una batalla que en el corto plazo está perdiendo el club blanco.
El Madrid no tiene aliados. No cuenta con el apoyo de otras instituciones, ni de otros clubes, ni siquiera de un sector mediático potente que amplifique su mensaje. Su denuncia cae en saco roto porque el sistema entero está diseñado para que no cambie nada. Y no solo eso, si no que el castigo al Madrid ha sido inmediato.
En las últimas jornadas de Liga se han visto actuaciones arbitrales descaradas en su contra. La jugada de Mbappé contra el Espanyol, el escándalo del VAR ante Osasuna son decisiones clamorosas que han evidenciado la represalia del sistema contra el club díscolo.
Como en cualquier organización mafiosa, quien denuncia la corrupción es castigado. La mafia no puede permitirse grietas en su estructura, y el Madrid, con su denuncia, ha provocado una reacción hostil: el arbitraje se endurece, el VAR se manipula y el club es castigado con pérdida de puntos y desventajas competitivas.
Como en todo conflicto hay dos soluciones: el apaciguamiento o seguir con la guerra. De la segunda opción hablaremos a continuación, pero conviene explorar la primera. Para que exista una paz se necesita un cambio, algo que compense a ambas partes, que logre un compromiso de todos para mejorar una situación, que objetivamente no beneficia a nadie.
El Real Madrid ha puesto de manifiesto claramente que su objetivo es el cambio del modelo arbitral, garantizando la independencia y transparencia del sistema. Mientras que algunos clubes han expresado en las últimas semanas su disconformidad con el sistema, ninguno se ha atrevido a pedir un cambio frontal. Por su parte, tanto los directivos como los árbitros lo que pretenden es, sobre todo, mantener su cargo y sus prebendas.
Cualquier solución pasa por llegar a un compromiso de cambio que muchos árbitros y directivos no estarían dispuestos a aceptar. Los primeros porque podrían perder su actual posición y los segundos porque no quieren perder su capacidad de influencia.
La “paz” pasa por ese cambio de sistema o al menos de piezas y, de hecho, parece que empiezan a sonar en los medios nombres de posibles candidatos a dirigir el CTA, como Mateu. Esa respuesta a una necesidad de la Federación de evitar tanto ruido y apaciguar a un Real Madrid que con la situación actual está obligado a la confrontación total.
La estrategia de Florentino Pérez ha sido durante años la paciencia y la diplomacia. De hecho, gran parte de la afición ha exigido durante todos estos años una respuesta contundente, pero la postura del club siempre ha sido muy tibia. Quitando la etapa de Mourinho y el espacio dedicado en Real Madrid TV a los vídeos arbitrales, el club ni se ha pronunciado en redes ni institucionalmente sobre los arbitrajes. Y, más bien al contrario, las actitudes de entrenadores como Zidane o Ancelotti han sido durante todo este tiempo de respeto total a los arbitrajes.
Solamente la explosión del caso Negreira, verificando lo que todos los aficionados veían, ha hecho que el club se haya movido en la dirección contraria. Pero ni siquiera ha sido una confrontación total. La personación por parte del club se ha efectuado pero el club no ha canalizado oficialmente la indignación por el caso Negreira.
Ni siquiera el escrito a la Federación española pone nombres y apellidos, y solamente se ciñe a constatar algo tan evidente como que el sistema arbitral está en entredicho tras el Caso Negreira.
La contundente respuesta del sistema ha puesto al Real Madrid contra las cuerdas. Si bien la única salida viable parece la Superliga, mientras tanto hay una liga que jugar y cada partido de liga es un suplicio. La Superliga es una vía de escape, aunque ni siquiera es la solución definitiva. Solamente una bombona de oxígeno en un mar podrido de corrupción
Si el Madrid quiere sobrevivir a este asedio no le queda otra opción que ir a la guerra total. Un comunicado no basta. Es necesario denunciar cada arbitraje sospechoso, internacionalizar y judicializar el conflicto, llevarlo ante organismos europeos, cuestionar la legitimidad de la competición e incluso amenazar con retirarse de partidos si el escándalo persiste.
Si cada partido es una guerra donde el árbitro puede machacar al Real Madrid, cada terminación del partido tiene que ser una guerra donde el Real Madrid debe perseguir y poner en cuestión al árbitro. No solamente con vídeos de corto alcance en Real Madrid TV, sino con un ataque total en redes sociales e incluso ante la justicia.
Cada árbitro debe sentir la presión de sentirse observado en cada acción y enjuiciado ante posibles demandas ante la justicia. No es que sea una opción viable el lograr una sentencia favorable, pero al menos el Real Madrid llevará la iniciativa.
Mientas la justicia española avanza lentamente en el Caso Negreira no hay muchas más soluciones. Además, es probable que, aunque se pruebe la corrupción, no haya castigos ejemplares. El fútbol está podrido y cambiarlo desde dentro es imposible. Quizá la única salida sea una ruptura total, un golpe de autoridad que sacuda los cimientos de la competición y fuerce una regeneración.
Pero como eso es una utopía, como lo es retirarse de los partidos o no presentarse, porque eso conllevaría grandes sanciones y grandes perjuicios económicos, el Real Madrid debe librar esta batalla en los medios. Y no solo mediante comunicados, sino con una rueda de prensa de Florentino Pérez denunciando los hechos abiertamente.
Hay pocas personas en el mundo del deporte más conocidos que Florentino Pérez. Una figura que traspasa las fronteras nacionales y que debe ser el primero en ponerse en frente del entramado corrupto. Y detrás el club, los jugadores y la afición al completo.
El Madrid está solo en esta guerra, pero si algo ha demostrado su historia es que la resiliencia es su mayor virtud. Quizá el desenlace sea amargo, pero si el club ha de morir en esta batalla, al menos lo hará con honor. Hasta el final. Y si sobrevive, quizá sea el principio del fin de la corrupción en el fútbol español.
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