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La Galerna

·22. April 2025

La fe de Federico

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El Madrid ha hecho del creer hasta el final un slogan. Por repetición, por la machacona tozudez de querer ganar siempre y como sea. De modo que, a veces, da la sensación de que ya no significa nada. Como todo, cuando algo se manosea deja de parecer auténtico. Las remontadas, de tanto repetirse, además de crear una adicción dopamínica, degeneran en una marca registrada, en un lugar común y en un meme.

Pero el vacío lo puede llenar, con suerte, un solo trallazo que entre por la escuadra. La volea de Valverde, llena de fe, cruzó el área del Bilbao como un cometa por el cielo del mundo. Fue una autoafirmación: aún estamos aquí.


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El Madrid todavía vive. Queda una final de Copa y una liga por pelear. La Copa del Rey, la Copa de España, es un torneo que remite al club al origen de los tiempos. Todo comenzó en un descampado donde hoy están los Nuevos Ministerios, como un festejo por la mayoría de edad del rey Alfonso XIII. Copas de España fueron los primeros grandes títulos que llenaron las vitrinas mucho antes de que fueran un museo que visitara todo el mundo. Muchas veces, repasando la historia del Madrid, se ve que la Copa ha marcado algunos momentos trascendentes, de cambio: la de 1917 y la de 1936, el último partido antes de la guerra; las de 1946 y 1947, que devolvieron la gloria al club tras la terrible postguerra; la de 1980, que anuncia la llegada de la Quinta; la de 2011, que fue un desgarro y la de 2014, que abre, con Ancelotti, el ciclo triunfal más grande de la historia del Madrid.

Con Ancelotti y contra el Barcelona empezó la segunda edad de oro. La Copa, para el madridista, es algo menor, pero tiene una cosa como circular, de pulsión profunda con la que sondar las cosas y auscultar el ritmo del tiempo. La volea de Valverde trazó una trayectoria moral hacia la que debe dirigirse el equipo con un último esfuerzo: la purga simbólica del infecto e infestado fútbol español.

Ya que no lo hacen los de traje, tendrá que ser la tarea de los de corto.

La volea de Valverde trazó una trayectoria moral hacia la que debe dirigirse el equipo con un último esfuerzo: la purga simbólica del infecto e infestado fútbol español

El trallazo de Valverde expresó un tipo de fe, quizá el más genuino, que es la desesperada. Valverde manifestó, con un obús absolutamente uruguayo, al borde del final de otro partido en el que el establishment alejaba al Madrid del título acudiendo a otra de esas diabólicas argucias paralegales que le sirven para desactivar la protesta, la jugada residual, que no. Que había liga. Al menos por una semana más. Al menos, por unos días.

Carletto se lo reconoció al final del partido. En el centro del campo, le dio un abrazo. Le dio un tremendo abrazo. Fue un achuchón de gratitud, prolongado, más que de padre a hijo, de un amigo a otro amigo. No es que Valverde salvara las opciones del Madrid en un campeonato ya muy complicado, sino que mantuvo intacta algo más importante: la esperanza. Hacía falta. Lo del Arsenal dejó molido al madridismo más por lo que reveló de impotencia e incapacidad del equipo, de la dirección técnica y de la dirigencia, que por la eliminación en sí.

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La imagen de impunidad y de chulería que proyecta el Barcelona, club multirreincidente en tanta clase de irregularidades, se aumenta hasta lo exponencial cuanto más éxito tienen. Esto genera una frustración difícil de digerir, atroz si se tiene en cuenta la complicidad y aquiescencia de los demás, a los que les da igual, que asisten complacientes a la corrupción de todo. La fe de Federico es la fe de que alguna redención es posible todavía. De que el inglés tiene que pagar y pagará todo el vino que se ha bebido. Que es posible que con un trallazo ajustado y estético, tan feroz como majestuoso, el orden moral de las cosas puede ser restablecido.

La fe de Federico es la fe en la justicia, que a pesar de todo es una atribución divina y no de los hombres. Los hombres, sin embargo, deben aspirar a ella, luchar por ella. Esta es una idea y un empeño tan ajenos al espíritu de los españoles de este tiempo que el Madrid, ahora mismo, parece más anacrónico que nunca, por lo menos la idea misma del Madrid, lo que el Madrid es desde que lo fundaron en 1902. Si los tiros van por hacer del Madrid un parque temático global y no un anhelo universal de heroicidad y grandeza, son gestos como los de Valverde, el rasgar el velo del templo con el orgullo herido del justo, los que preservan el tesoro que nos fue legado cuando éramos niños.

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