
La Galerna
·24. Juni 2025
Historias madridistas: Jacobo

In partnership with
Yahoo sportsLa Galerna
·24. Juni 2025
Llegué puntual al Alústiza. A las 7:30 en punto de la tarde, como habíamos quedado. Me gusta llegar a la hora acordada, me incomoda que me esperen. Más aún en una ocasión como esta, en que yo era el nuevo del grupo. Tampoco es que me agrade ser el primero y esperar a los demás mientras jugueteas con la cerveza recién servida y finges interés en el móvil. Pero cuando uno llega de nuevas a un sitio, aunque ese sitio sea un grupo de amigos, hacerlo tarde me parece una falta de respeto.
Así que ahí estaba, entrando en el Alústiza con la puntualidad de un reloj suizo. Me había invitado mi amigo Jacobo. Gran tipo, Jacobo. A Jacobo lo conocí hace muchos años, por su condición de marido de una de las amigas de la infancia de mi mujer. Madrileño de raíces gallegas, al principio me pareció más bien seco. Reservado. Trabajador. Serio. Un poco como yo: de palabras justas y algo tenso con desconocidos. Pero uno de esos tipos cuya coraza esconde un alma generosa y buena, y cuya amistad, una vez franqueada la muralla con que protege su intimidad, forja lazos de hierro: sin efusiones, sin alharacas, pero irrompibles.
Oye, mi cuñada no puede venir el sábado al Bernabéu, así que tengo una entrada libre. ¿Te apetece? Esa fue la primera vez. Desde entonces, cada vez que me invita a acompañarle al Bernabéu me pregunta si me apetece. Como si no conociera de antemano mi respuesta. Es un poco su sentido del humor, sutil, disfrazado de seriedad, y otro poco su forma de ser: consustancialmente respetuosa, sin dar por sentado que no tendré nada mejor que hacer que pasar la tarde con él, aunque sea para ver al Madrid. Fenomenal, pues si te parece pásate a eso de las 7:30 por el Alústiza, ¿sabes dónde está? Suelo quedar ahí con unos amigos para la previa, tomamos algo y de ahí vamos al Bernabéu. Así te los presento.
Jacobo es del Atleti. Y socio del Madrid. Semejante contradicción, como no podía ser de otra manera, da lugar a constantes bromas por mi parte. Que no es que seas madridista y aún no lo sepas, es que eres madridista y lo sabes. Que mucho hacérsete la boca agua con el Atleti, pero cuando toca pagar por ver fútbol, tienes claro dónde pones el dinero. Que el Atleti debería hacerte un monumento por ser el primer colchonero habituado a vivir la gloria de la Champions. En fin, las típicas chanzas. Él sonríe divertido y devuelve las pullas con ingenio y sin animosidad, como si no estuviese cansado de oír una y otra vez las mismas burlas de sus amigos madridistas.
Jacobo y sus amigos han llegado incluso antes que yo, y les encuentro sentados a una mesa alta, charlando animadamente entre cervezas, tapas, bufandas del Madrid y el bullicio del Alústiza en días de partido. Jacobo me presenta. Buena gente, se ve desde el primer momento. La conversación gira desordenadamente desde la actualidad madridista a la operación de pie a que se someterá próximamente uno de los tertulianos; del desencanto de la política narrado por uno que fue concejal en un pequeño pueblo de Asturias donde veranea, a las jugosas anécdotas de insider traídas a la mesa por el hermano de un periodista deportivo de Onda Cero. Y de ahí vuelta al Madrid y a esquemas de juego, y filias y fobias madridistas, y prueba la ensaladilla rusa, que aquí la hacen de cine y la sirven en un mollete, y de qué conoces a Jacobo, y ya veo que eres mourinhista, yo también, pero cuidado con este que es delbosquista.
Se acerca la hora del partido y nos encaminamos al Bernabéu. Apenas cinco o siete minutos. Nos despedimos al llegar, hasta la próxima, encantado de conocerte, lo mismo digo, un placer, abrazos, hala Madrid, y cada uno hacia su puerta del estadio. Nos quedamos Jacobo y yo solos. Aún quedan algunos minutos hasta el comienzo del partido. Al franquear la puerta del estadio pienso que hacerlo sigue siendo un rito, que sigo sintiendo el mismo cosquilleo de emoción anticipada que me inundó cuando lo hice por primera vez, todavía un niño. Y que a pesar de que, con la vida, he desarrollado otros muchos intereses y aficiones, sólo el Madrid me retrotrae de forma tan directa, tan inmediata a las emociones puras, a la felicidad luminosa, sin sombra, de la infancia.
No recuerdo quién era el rival aquel día, sí que no era un equipo puntero. El Valladolid, tal vez, o acaso el Almería. Qué más da. El Madrid ganó fácil, por dos o tres goles de diferencia. Me llamó la atención que Jacobo no veía el partido con indiferencia: se frustraba cuando el Madrid malograba un ataque antes de abrir el marcador, y celebraba los goles blancos. No con el entusiasmo desbordado con que lo hacía yo, pero sí se levantaba, aplaudía, ensalzaba la jugada y me daba la enhorabuena con una sonrisa. Extraño proceder de un seguidor del Atleti. De Jacobo nunca habría esperado otra cosa que buenos modales incluso en un lugar tan dado a la falta de urbanidad como un estadio de fútbol. Pero lo suyo iba más allá: había una cierta alegría, una felicidad quizá tranquila y amortiguada, pero genuina, por la victoria del Madrid.
Dime la verdad: si te ofrecieran cambiar tu carnet del Madrid por uno del Atleti, ¿lo harías? Salíamos del estadio, ya era noche cerrada y el frío de final de otoño comenzaba a echarse como una manta sobre la Castellana. Lo pregunté en tono de broma, como si hiciera parodia de un inquisidor; quería que él entendiera que era un juego para provocarle, aunque yo tenía curiosidad verdadera por la respuesta. Me miró muy serio y me contestó sin dudar.
No me desharé de este carnet mientras viva. Jamás lo cambiaría por uno del Atleti, ni por ningún otro. Primero, porque cualquiera que disfrute con el fútbol sabe que no hay mejor sitio para vivir la emoción de los grandes partidos que el Bernabéu. Pero, sobre todo, porque este carnet lo heredé de mi suegro. Él siempre fue socio del Madrid y madridista hasta la médula, pero ninguna de sus dos hijas era aficionada. Así que cuando me casé con su hija, comenzó a invitarme al fútbol, y aquello se convirtió en una tradición sagrada. Nunca le incomodó que yo fuera del Atleti, ni pensó que hubiera contradicción alguna en convertir a un colchonero en su pareja de emociones madridistas. Jamás habló de mi condición de atlético, como no se habla de algo sin importancia, como no se para uno a pensar si preferiría que a su yerno le gustara más el cine o la literatura. Simplemente, pasaba por casa, me recogía en coche e íbamos juntos a los partidos. Eso era todo. Siempre me trató como a un hijo, y yo aprendí a disfrutar esos ratos juntos con el Madrid como excusa, hasta que llegó a convertirse en un segundo padre para mí. Llegué a quererle mucho, y cuando murió y heredé su condición de socio, supe que seguiría usando ese carnet hasta el día en que me muera. Porque se lo debo a él y porque en este estadio he sido muy feliz. Y porque sigo siéndolo.
Por eso yo nunca podré ser antimadridista. Le debo al Madrid algunos de los mejores recuerdos de mi vida. Ya te habrás dado cuenta, me alegran las victorias del Madrid, salvo cuando jugáis contra nosotros. Os prefiero mil veces a los tramposos del Barcelona. Además, por lo general los madridistas sois buena gente, aunque a menudo os pongáis inaguantables con vuestra prepotencia y vuestra arrogancia.
El frío se había enseñoreado de la noche ya definitivamente, y caía una niebla húmeda y borrosa, que convertía las luces de las farolas y de las semáforos en globos de contornos difusos, amarillos, verdes y rojos. Oye, Jacobo, hace un frío del carajo, pero se ha quedado una noche preciosa. No me apetece irme a casa. ¿Por qué no llamamos a tus amigos, que aún estarán cerca, y vamos a tomarnos unas cañas?
Getty Images