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·29. Juli 2025

Historias de un número: el 10

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Todo parece indicar que Mbappé heredará de Modric el número 10 del Real Madrid. Como subrayó nuestro redactor jefe, el Sr. Paquito, aquí hace poco, el 10 es un número con una connotación cultural muy específica en el lenguaje del fútbol, que alude a la excelencia. El repaso histórico que hace en su artículo nos lo prueba, aunque como él mismo señala, no siempre: el 10 del Madrid también lo vistió Lass Diarra, del que la mejor historia que se puede contar es la de que dejó el deporte profesional para alistarse como yihadista del Ejército Islámico en la guerra de Siria, y resulta que es mentira.

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El zoólogo Desmond Morris describió el fútbol como “una de las más extrañas pautas de comportamiento humano que se observan en la totalidad de la sociedad moderna”. Su antropología del fútbol gira en torno a la idea de que cada club es una tribu, “con su territorio, sus ancianos, hechiceros, héroes, seguidores y demás variados miembros”. Y es verdad. Hasta la postguerra mundial no se generalizó el uso de dorsales. El debate, como el juego, se inició en Inglaterra, donde tuvo una resonancia parecida a la cuestión, en España, de los petos de los caballos de los picadores en las corridas de toros. Había quien decía que ponerle un número a las camisetas de los futbolistas desvirtuaba, acaso estéticamente, el fútbol. Desde el principio, los dorsales estuvieron relacionados con la posición de los jugadores en aquellos esquemas donde había más delanteros y medios ofensivos que defensas.


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Por eso, el 10, solía llevarlo el jugador más adelantado, el delantero puro. No hubo dorsales fijos asignados a uno u otro jugador hasta muy, muy tarde, y era frecuente que se fueran cambiando, por lo que la correspondencia establecida entre número y posición creó toda una mitología. A medida que pasó el tiempo y las tácticas fluyeron en muchas direcciones, el 10 siguió llevándolo un referente ofensivo, pero no exactamente el goleador. Está claro que, en el tema de los dorsales, hay una simbología más o menos universal y, luego, aspectos particulares de cada idiosincrasia. Se puede decir que Pelé y Maradona fijaron para siempre la calidad connotativa del 10: el crack, el mejor jugador del equipo, el fantasista. Por eso, en el Madrid de la Edad de Oro, el 10 lo llevaba Puskás y no Di Stéfano, aunque el que llevara el compás del equipo, como si fuera Paco de Lucía tocando la guitarra, fuera don Alfredo: el húngaro era capaz de controlar una pastilla de jabón con su pie izquierdo, lo que imprimió al 10 madridista, desde ahí, un matiz distinto, asociado no sólo a la genialidad sino sobre todo a la condición de zurdo vago y genial.

Y un zurdo genial suele ser, por lo común, un genio maldito. Puskás se paraba y chutaba desde lejos porque, con la panza que tenía, era incapaz de correr. No lo necesitaba, con la zurda podía dirigir el balón donde le diera la gana. Sólo Maradona tuvo semejante poder y, aunque no jugara nunca en el Madrid, afianzó, con el ejemplo de su propia su vida, la leyenda del 10 dionisíaco y atormentado, capaz de lo sublime y también de lo grotesco. Guti tuvo que llevar el 10, pues reunía todas las condiciones: su pie izquierdo era un violín y su imaginación abarcaba el infinito; su carácter de cimarrón y su irregularidad lo hacían el perfecto portador de esa antorcha tenebrista, el sucesor que ni pintado de un aborto de genio como Prosinecki. Pero cuando debutó, en el Madrid jugaba Laudrup, otro virtuoso de la media punta, y entonces Guti hizo toda su carrera con el 14, el número de Cruyff, que había reinventado él solito al Fútbol Club Barcelona. Por lo que Guti fue maldito hasta en la cábala.

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El 10 clásico, en el Madrid, es un trescuartista y no un delantero centro. Es decir que debiera ser Bellingham el que sucediera a Modric, pero Zidane cambió la historia con el 5, y eso es material de mi siguiente artículo. Sneijder fue otro 10 tan fulgurante como breve, crápula y noctámbulo. Cuando llegó, el 10 lo tenía Robinho, ¡qué pareja! El tema Hong Kong, del disco El Madrileño de Tangana, al alimón con Calamaro, está inspirado en sus trapacerías por La Noche de Madrid, que era entonces una dimensión ajena al curso natural del tiempo. Por un lustro no se sumó al dúo James Rodríguez, el 10 después de la Décima: zurdo, tropical y cumbiero, que también sale en ese disco, en aquella estrofa de Un veneno que dice:

Es un veneno que llevo dentro, en la sangre metido, que va hacer que me mate sin que me haya siquiera querido.

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Seedorf, el 10 de la Séptima, no pertenece a este Rat Pack del 10 en el Madrid, como tampoco Figo, al que parecía que el número, huérfano desde la marcha del maestro holandés a Italia, estaba esperando. Figo dejó también una buena ristra de promesas sin cumplir, como no podía ser menos en el 10 de Los Galácticos: utopía brillante y sangrienta, como todas, cuyo cadáver dejó un hedor que atufó a todo el Universo.

A Mbappé no le pega el 10 porque al 10 se le presupone poca vergüenza, tendencia a la golfería, que haga pasamanería con el pie izquierdo y que sea, o bien frágil y delicado como un aristócrata en ruinas, o bien altanero y disoluto como un príncipe otomano. Como decía Guti, ¿qué voy a salir, cuando tenga sesenta años? Isco también habría sido un 10 estupendo, como Güler. El 10 hace sulfurar a los castizos, a los que subleva sobre todo, en esta vida, el talento derrochado. Özil fue, en ese sentido, el 10 perfecto, a la altura de Martín Vázquez, el 10 de la sobrevaloradísima Quinta: estamos condenados a vivir con la duda de lo que pudo haber sido. Özil nació para derrochar toda su fortuna lentamente, en algún fumadero clandestino de opio de la Viena del cambio de siglo. Sin embargo, su mala fortuna le hizo nacer futbolista, y llegar a tiempo para cambiar la historia del Madrid negándosele la entrada en el paraíso. Mbappé es, genuinamente, un 7, pues Vini casa más con lo que cuentan que fue Di Stéfano, el generador eléctrico de todo el equipo, en todo el campo. En virtud de lo cual, debía heredar él el 9, también en honor a Benzema, pero esa también es otra historia.

El 10 del Madrid es lo que Manuel Alcántara decía que era el dry Martini: un cuchillo disuelto. Tiene esa densidad plateada de los gimlets que se tomaban Bogart y los demás en el bar del Plaza. Es un número canalla, más de expectativas y de ilusiones que de genuinas realidades. Por eso, Modric, siendo el mejor 10 de todos los tiempos, no ha sido un buen 10 del Madrid: las ha cumplido todas.

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