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La Galerna

·23. Mai 2024

Gloria al maquinista

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Decían de Van Basten que te devolvía la pelota perfumada. Kroos te hace lo mismo y además te regala bombones, y te pasea al perro si tú andas liado.

Los centrocampistas. Esos tipos que igual te arrancan la máquina, te achican agua o se ponen a organizar el tráfico. Tipos que juegan a lo ancho, que juegan a lo largo, obligados a descifrar lo que tienen por delante, obligados a vigilar lo que dejan por detrás. Para nadie es más grande el campo que para ellos. Suelen ser los tipos más valientes, y es que, si te quema la pelota, no vales.


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Dice Kroos, ese billarista con marcada raya al lado, que lo deja. Pero quedará para siempre el trazo de su compás. Llegó al Madrid sin mayor alboroto e incluso bajo una cierta sospecha, ¿cómo era posible que el Bayern, y especialmente Guardiola (forofo de los centrocampistas, capaz de reconvertir en medio centro al tipo de Orange que te instala la fibra), dejasen ir a un pura sangre? El fútbol y sus futboladas.

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Tú le miras así, como de medio lado, como al trasluz y le ves enseguida la marca de agua de los deportistas superlativos, de los talentos naturales. Al igual que Federer, ese célebre pintor suizo, que no se ensuciaba ni los calcetines al deslizarse sobre el polvo de ladrillo de Roland Garros y soltar aquellas divinas pinceladas de revés, Kroos te mueve el mundo con el interior de la bota sin romper a sudar.

Decían de Van Basten que te devolvía la pelota perfumada. Kroos te hace lo mismo y además te regala bombones, y te pasea al perro si tú andas liado

El jefe de máquinas siempre fue fiel a su catecismo: entreno, compito y para casa. Ni un punto de demagogia, ni un gramo de tontería. Y siempre te devolvía el precio de la entrada.

Está muy bien lo de los títulos, los éxitos y las estadísticas, pero la magia está en otro lado. La magia suele venir en algún pliegue del talento, en un control orientado, en un toque de billarista, en un centro combado, en la ecuación entre precisión y velocidad, en la batuta del director que lanza o frena la orquesta.

Y cuando llegue su último partido, no cuesta imaginarlo partir con sus eternas Adidas, anudadas y descansando sobre un hombro.

Gracias interminables y gloria eterna, maquinista.

Getty Images.

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