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·18. Mai 2024

El camino a Wembley que cierra el círculo

Artikelbild:El camino a Wembley que cierra el círculo

Hay recuerdos que jamás se olvidan. El fútbol nos permite nutrirnos de todos los que nos proporciona nuestro equipo. El partido de vuelta de semifinales es uno de esos recuerdos imborrables que nos ha dejado este Real Madrid. Una vivencia insólita, que ya casi empieza a ser costumbre, pero que hace no tanto no era posible. Nuestra memoria suele olvidarse de los malos recuerdos. Es un mecanismo defensivo.

Pero yo sí recuerdo esas noches de fracasos y frustraciones. Lo que hoy vivimos como una realidad era entonces un sueño. Un anhelo. Recuerdo ese pasado de un Real Madrid que era eliminado en octavos de final de la Champions League. Recuerdo muchas noches amargas de derrotas y humillaciones en Champions, sabiendo que nuestro equipo era inferior a los rivales. Y recuerdo el camino hasta llegar a donde estamos hoy.


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Tengo en mi memoria un recuerdo exacto donde sentí toda esa tristeza y frustración a la vez. Llevaba años con esa pesada carga. Pero ahora sé que ese momento fue necesario para llegar al ahora. El rival era el mismo que en la pasada semifinal, el Bayern de Múnich, y la fecha en el mismo mes, un 25 de abril del 2012.

El Real Madrid de Mourinho, el mejor Madrid que habíamos visto en muchos años, ya superado el complejo con el Barcelona, y olvidado el periodo de entreguerras de los octavos, tras 6 años de fracaso, tenía la oportunidad de meterse en una final de Champions 10 años después de la 9ª. El recuerdo de la volea de Zidane empezaba a estar lejos en el tiempo, y la presión por volver a estar en la cúspide del fútbol europeo se avivaba. La ocasión anterior, el club había sufrido una travesía en el desierto durante 32 eternos años.

Este Real Madrid es heredero de aquel equipo de mou. Y vive del recuerdo de aquellas semifinales perdidas. Y de aquella amarga tanda de penaltis perdida en las semifinales contra el Bayern. Tres penaltis fallados por Cristiano Ronaldo, Kaká y Ramos, tres especialistas que fallaron en el peor momento. Un clásico del fútbol

Pero esta vez era diferente. Estábamos en el camino de vuelta. El Real Madrid de la liga de los 100 puntos nos había hecho olvidar el chorreo de Liverpool, las derrotas contra el Lyon y los recuerdos de un pasado peor. El momento era aquel. Enfrente, el rival temible de siempre, el Bayern de Múnich, nuestro particular ogro alemán. La vieja aristrocracia del fútbol frente a frente. En la final, el invitado inesperado, el Borussia de Dortmund, el mismo que acude ahora, 12 años después, curiosamente.

Aquel día, miles de madridistas se congregaron en el estadio y en sus televisiones para ver al Real Madrid volver a acudir a una final de Champions League. La presión, no obstante, era otra. Era el peso muerto de una década sin llegar. El dolor de un año tras otro viendo la Copa de Europa de lejos. Sin poder mirarla de cerca, sin poder tocarla.

Pero, aquel año, el equipo tenía a los jugadores adecuados, al entrenador capaz, la calidad necesaria y la mentalidad apropiada para ser campeón. O eso

pensábamos. El año anterior, el equipo, todavía algo verde, había sucumbido ante el Barcelona en unas semifinales agrietadas por la expulsión de Pepe.

No se había visto al verdadero Real Madrid de Mourinho. Aquel equipo, que entonces las crónicas califican como un equipo que jugaba a la contra, de manera despectiva, era en realidad una maquina de jugar al fútbol. Un engranaje, que por momentos parecía cuasi perfecto, con la combinación exacta de jugadores, la mayoría en edades todavía tempranas.

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Un equipo todavía sin Modric ni Kroos. Este último figuraba como manija de ese Bayern de Múnich, que llegaba al Bernabéu con una ventaja de 2-1. Pero el Real Madrid era un equipo repleto de talento, con la pareja de centrales Ramos y Pepe, con Xabi Alonso llevando el timón y con jugadores como Marcelo, Ozil o Di María, más tres cracks como Kaká, Cristiano Ronaldo y Benzema. Un equipo diseñado para ganar la Champions.

Y así lo intuimos miles de cientos de madridistas, que vimos cómo el equipo se adelantaba en el Bernabéu, por dos goles, clasificándose en ese momento. Una primera parte fantástica, seguida por el miedo a ganar de la segunda, en eliminatorias donde todavía se aplicaba el valor doble de los goles.

El Real Madrid se dejó empatar la eliminatoria con el definitivo 2-1, llevándonos a una prórroga agotadora, con la “lotería” de los penaltis en el horizonte. En aquel partido no hubo goles milagrosos en los últimos minutos, como ahora. Era el mismo club heredero de las grandes remontados del Madrid de Juanito, Santillana y la quinta del Buitre. Y, sin embargo, no tenía todavía esa capacidad para remontar con la facilidad actual y convertir lo imposible en fácil. Ni tampoco tenía todavía ese control del juego y de la competición que mostraría años después,

Eso se adquiriría después, poco a poco. Se iría fraguando esa seña de identidad gracias a partidos como aquel. O a eliminatorias como la perdida al año siguiente, precisamente contra el Borussia de Dortmund, donde el equipo se quedó a un solo gol de remontar el ignominioso 4-1 de la ida.

Ese día, este Real Madrid podrá cerrar definitivamente el círculo que comenzó aquel 25 de abril de 2012. Doce años más tarde se enfrentará al mismo rival que le esperaba entonces. La que tendría que haber sido la Décima, ahora podría ser la Decimoquinta

Fueron tres semifinales consecutivas perdidas, a escasos metros de la ansiada final, a un penalti no errado, a un gol marcado o a una expulsión injusta no pitada. Aquel Real Madrid conoció el dolor de no llegar a lo más alto, la frustración normal en un equipo destinado a lo más grande, que se quedaba a las puertas. Tenía todos los ingredientes para ser campeón, pero faltaba ese último escalón. Esa mezcla de competitividad extrema y suerte de los campeones.

Este Real Madrid es heredero de aquel equipo. Y vive del recuerdo de aquellas semifinales perdidas. Y de aquella amarga tanda de penaltis perdida en las semifinales contra el Bayern. Tres penaltis fallados por Cristiano Ronaldo, Kaká y Ramos, tres especialistas que fallaron en el peor momento. Un clásico del fútbol.

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Aquel día no lloré. O quizá si. Pero sí recuerdo ver volar el penalti de Ramos hacia el cielo con infinita tristeza. Sali del estadio con el resto de la marabunta, con la cabeza agachada, con una sensación de dolor que ha perdurado todos estos años. Los análisis futbolísticos, la rabia, la frustración deja paso en esos momentos a la tristeza, a la sensación de oportunidad única perdida. Mi mente ha ido borrando muchos recuerdos y solo ha quedado esa tristeza en forma de cicatriz perenne.

Pero aquel día se empezó a construir el equipo de hoy. Días más tarde de la derrota, aceptando ya el porvenir y con la visión de un optimista perenne, un madridista, valga el sinónimo, comentaba con la persona con la que fui al estadio, un gran amigo, que volveríamos a ganar y que lo veríamos juntos. Tras el dolor de la derrota, tocaba fortalecerse. No hay victoria ni éxito sin sufrimiento y esfuerzo. Y ese fue el mensaje que me quedó días después.

De igual manera, aquella derrota empujó a todos aquellos jugadores a ser mejores, a tener una mentalidad más fuerte, a ser más rápidos, más fuertes y a no fallar en los momentos clave.

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Han sido 12 años de grandes éxitos desde entonces. Un camino recorrido desde la amargura de la derrota a la gloria absoluta con la décima. El éxtasis total dejó paso a tres Champions consecutivas, que por momentos parecieron protocolarias. Para concluir con otra Champions inesperada, la última, que empezó a dar paso a una nueva generación.

Ha sido una década de construcción de un equipo campeón a otro que también lo puede ser. Una herencia que han ido legando todos esos grandes jugadores. Un recorrido que ahora parece vertiginoso, pero que tiene en el próximo 1 de junio, en Wembley, otra fecha clave.

Ese día, este Real Madrid podrá cerrar definitivamente el círculo que comenzó aquel 25 de abril de 2012. Doce años más tarde se enfrentará al mismo rival que le esperaba entonces. La que tendría que haber sido la Décima, ahora podría ser la Decimoquinta.

La semifinal ganada contra el Bayern de Múnich me ha ayudado a cicatrizar aquella herida. Pero necesitamos cerrar definitivamente el círculo con la victoria contra el Borussia de Dortmund en la final. Un recorrido de 12 años que espero cerrar con mi gran amigo madridista en Wembley y que debería poder fin a esta maravillosa etapa. Quizá la mejor etapa de nuestras vidas futbolísticas. Como las 5 Copas de Europa consecutivas logradas por Gento, Di Stefano y compañía, esta etapa será recordada durante décadas.

Ahora toca un last dance, o quién sabe si será solo el penúltimo baile, que es algo que solo puede hacer el Real Madrid. Prometer un último baile y volver a la pista con más energía. De los grandes jerarcas que guiaron al Real Madrid a lo más alto, a esta generación de jóvenes talentos. Un camino de éxito total en una década prodigiosa, a la espera de lo que nos pueda proporcionar esta nueva generación y que promete ser también apasionante.

Un largo camino, que ahora podría parecer sencillo, como las tres Copas Copas de Europa ganadas tras la Séptima. O como las cinco más una Copas de Europa del inicio de la competición. Pero todo lo bueno suele acabarse y hay que valorar enormemente lo logrado y disfrutar del momento. Y de este Real Madrid. Un equipo que ha sido capaz de convertir los sueños más imposibles en recuerdos y en vivencias reales. Sueños convertidos en momentos, que una vez sucedieron y que podremos rememorar en nuestra mente. Ojalá que la final contra el Borussia de Dortmund sea solamente el penúltimo recuerdo del éxito.

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