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·16. April 2025
Columna de Opinión: ¿Hasta cuándo?

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A estas alturas, ser hincha de Universidad de Chile no solo implica amor incondicional, sino también una resistencia activa frente a una seguidilla de abusos e injusticias que semana tras semana van desgastando a la hinchada más grande y fiel del país. Lo vivido durante estas últimas temporadas no solo da cuenta de una serie de hechos aislados, sino de una estructura sistemática de faltas de respeto, desprecio y maltrato hacia el hincha azul. El pueblo azul, que históricamente ha acompañado a su equipo en todas, hoy se ve vulnerado desde múltiples frentes: desde los precios abusivos de las entradas hasta el silencio cómplice de la dirigencia.
El primer abuso que salta a la vista es económico. ¿Cuánto más se le puede exigir al hincha promedio para poder ver a su equipo? Entradas con precios inflados cuando la U tiene que jugar de visita, poco criterio en los sectores disponibles y poca consideración con los bolsillos de quienes hacen un esfuerzo genuino por acompañar al equipo, no importando el día, la hora ni el rival. En algunos partidos, los valores han superado con creces lo razonable, galerías a más de 40 mil pesos por persona, lo que no solo limita el acceso a los sectores más populares del país, sino que también instala una barrera clasista para quienes entienden el fútbol como un derecho cultural y social, no como un negocio.
Pero la cosa no queda ahí. En los últimos meses, Universidad de Chile ha sido víctima constante de suspensiones de partidos por motivos que escapan totalmente al club y sus hinchas. El duelo ante Unión Española fue suspendido por la falta de estadio del equipo hispano. Es decir, la U fue castigada por una negligencia que no le corresponde. Más grave aún fue la suspensión del Superclásico, que estaba programado para jugarse en el Estadio Nacional y fue cancelado por decisión de la autoridad debido a los incidentes ocurridos en otro partido, en otro estadio, por hinchas de otro club. La pregunta que queda es: ¿Por qué siempre se castiga al hincha de la U? ¿Por qué siempre se opta por la vía fácil de suspender o cambiar condiciones sin medir las consecuencias reales que eso tiene en las personas?
Y mientras todo esto ocurre, desde Azul Azul, la concesionaria que actualmente administra el club, se mantiene un silencio atroz ante los medios. No ha habido un solo comunicado oficial que respalde a sus hinchas. No hay vocerías, no hay declaraciones a la prensa, no hay gestos mínimos de empatía hacia una hinchada que cada fin de semana se ve obligada a adaptarse a las decisiones de autoridades que parecen actuar más por miedo que por razón. La directiva no solo ha estado ausente, sino que ha sido indolente frente a los reclamos legítimos que se multiplican en redes sociales, donde los propios hinchas denuncian sentirse «pasados a llevar» y completamente desprotegidos.
El último golpe vino este miércoles, cuando el partido ante Deportes La Serena —inicialmente programado para las 20:00 horas— fue adelantado a las 18:00, en plena jornada laboral. ¿Quién responde por los hinchas que ya compraron su entrada y no podrán asistir? ¿Quién responde por los que vienen de región y que ahora deberán pedir reembolsos de pasajes, perder dinero y resignarse a no ver a su equipo? Otra vez, el pueblo azul es el que paga los costos de una cadena de decisiones donde nadie parece pensar en ellos.
Todo esto ocurre en un contexto en que los hinchas de la U han demostrado un comportamiento ejemplar durante toda la temporada. No hay antecedentes de incidentes graves, no hay sanciones por conducta, no hay justificación alguna para que sean tratados como ciudadanos de segunda clase.
Este maltrato constante no solo es un problema deportivo, es un problema cultural y social. Es hora de que la Delegación Presidencial, Carabineros, la ANFP, y Azul Azul, entiendan que el hincha no es un número, no es una estadística ni un consumidor ciego. Es parte esencial del fútbol y merece respeto. Basta de castigos injustificados. Basta de decisiones arbitrarias. Basta de abusos.
La paciencia se agota. La U es su gente. Y su gente merece dignidad.