SiempreConArgentina.com
·22. Juni 2025
A 39 años de la »Mano de Dios» y del »Gol del Siglo»

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Un encuentro para la eternidad. El 22 de junio de 1986, en el Estadio Azteca, la selección argentina forjó una de las gestas más inolvidables en la historia de los Mundiales. Frente a su par inglés, en los cuartos de final de la Copa del Mundo de México, el combinado albiceleste, liderado por una figura celestial, protagonizó un duelo que trascendería lo meramente deportivo para convertirse en un ícono de la resiliencia y el talento sudamericano.
Aquel choque no era uno más. Las tensiones preexistentes entre ambas naciones le otorgaban una carga emotiva extra, que se palpaba en cada sector del coloso de Santa Úrsula. El ambiente era eléctrico, la expectación máxima, y el planeta fútbol tenía sus ojos puestos en ese césped sagrado.
La primera mitad transcurrió con la vehemencia propia de un duelo de esa magnitud, pero sin que el marcador se alterara. Sin embargo, el destino tenía preparado un guion digno de las grandes leyendas. Apenas comenzada la segunda mitad, la genialidad irrumpió de forma controvertida. Un salto desafiante, una mano fugaz y el balón en la red: la «Mano de Dios» abrió el sendero del triunfo, generando un debate que perdura hasta nuestros días.
Pero si la primera conquista desató la polémica, la segunda se inscribió con letras de oro en el Olimpo del fútbol. Un trayecto sinuoso, eludiendo rivales con una destreza sobrenatural, un regate tras otro, dejando una estela de asombro a su paso, para finalizar con una definición magistral que selló una obra de arte. El «Gol del Siglo» demostró la capacidad de un genio para deslumbrar al mundo entero en su máxima expresión.
Inglaterra, lejos de rendirse, logró descontar mediante un testarazo certero, añadiendo emoción a los últimos compases del encuentro. Pero el resultado ya estaba escrito. Argentina resistió los embates finales y certificó una victoria que fue mucho más que un pase a semifinales. Fue una manifestación de carácter, de astucia y, sobre todo, de un talento inigualable que culminaría levantando la copa más codiciada.
Esa tarde en el Azteca, el fútbol no solo vio dos goles memorables; presenció la consolidación de un mito, la confirmación de una escuadra indomable y la gestación de una página gloriosa que resuena con la misma fuerza y emoción hoy, décadas después. Un triunfo que permanecerá grabado a fuego en la memoria colectiva, como un testamento de la grandeza del balompié.